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jueves, 30 de agosto de 2018

Mitos en el Centro de la Ciudad


Mitos en el Centro de la Ciudad


Aquí ya no hablamos de las leyendas, estas son las historias apócrifas que inundaron nuestra ciudad aún más que la Cañada desde tiempos inmemoriales. Los mitos se repiten hasta el cansancio por quienes prefieren contar lo que escuchan y no leen.

Sin incurrir en las historias de fantasmas y apariciones, hablaremos de los mitos creados en diferentes épocas, algunos sin intención, otros con la idea de “vender” una anécdota ficticia, pero ambos dañinos para el patrimonio intangible cordobés.

Hablemos sobre el destino del Fundador: El  sevillano Jerónimo Luis de Cabrera, muerto en su celda por garrote el 17 de agosto de 1574, no solo tuvo que soportar una condena injusta sino también la desidia de quienes hoy divagan sobre su fallecimiento diciendo que murió “a garrotazos”, “decapitado” o hasta “degollado”.

El garrote vil era una de las muertes ‘piadosas’ en épocas de inquisición, la cual consiste en un ahorcamiento con tientos de cuero haciendo un torniquete desde atrás, provocando la muerte por asfixia en segundos, minutos u horas, dependiendo la fuerza y capacidad del verdugo. Posteriormente, para completar la condena, algunos historiadores insisten que se degolló al maltrecho cadáver, pero no fue esa la causa de muerte. Muchas veces sucedía que como verdugo ponían a un joven que no podía matar inmediatamente al condenado, haciéndolo sufrir largos e interminables minutos.


Otro de los mitos, aun más recientes, es el que dice que las Celdas subterráneas del Cabildo fueron usadas en el ’76:
La cárcel pública semi-subterránea que hoy podemos visitar a un lado del ingreso al Cabildo, funcionó desde poco después del traslado de la ciudad hasta el gobierno del Marqués de Sobre Monte (1784-1796), quien decide construir nuevas celdas con mejores condiciones de higiene y desafectar las subterráneas.
Estas, permanecieron sepultadas por casi 200 años hasta que en 1989, cuando la Policía provincial se mudó a B° Alberdi, las mismas fueron descubiertas  y pronto se convirtieron en uno de los principales atractivos del remozado Cabildo Histórico.
Las detenciones de ese período oscuro de nuestra historia, siempre fueron en el D2 del pasaje Santa Catalina y no en el Cabildo, donde se realizaban actividades administrativas. Por otro lado, no era muy cómodo tener presos políticos y torturarlos debajo del hall principal…

Algo con lo que se insiste y es palabra obligada en la ciudad, son los famosos Túneles de Córdoba: la leyenda urbana más conocida en el país hoy no es un misterio. Tanto por las excavaciones como por los datos históricos, no dan evidencia de los túneles jesuitas que se conectaban entre conventos, dependencias y hasta incluso, en su fantasía, los hacían llegar  a Alta Gracia. Por lo menos hablamos de los que el ideario popular le asigna a estos túneles creados para una supuesta defensa, lo que sí sucedió en otros lugares del mundo y en nuestro país.

El imaginario no tuvo límites en este caso, desmentido por la menos enigmática realidad colonial cordobesa, donde fueron muy raros y escasos los ataques extranjeros. De hecho, al ser expulsados los Jesuitas, todos se entregaron sin miramientos ni ocultaciones. En fin, lo que hoy se encuentra bajo nuestros pies son construcciones de diferentes épocas, todas importantes, muy pocas rescatadas del insaciable desarrollismo. Se han encontrado sótanos, que en tiempos coloniales eran más alargados y angostos, se encontraron construcciones que se ubicaban donde hoy las tapa una calle, también las bases de antiguas estructuras abobedadas. Tengamos en cuenta que muchas calles tienen un nivel elevado en estos tiempos, ya que con las inundaciones históricas se fueron rellenando y nivelando todas las arterias y casas de la ciudad.
Quienes se aventuran por los suburbios de la ciudad, conocerán los túneles del Chateau, pero esos fueron creados para molinos de otras épocas, generalmente como tomas de agua y molinos.

Jesuitas, rodeados de leyendas negras y fantasías en barco…
La “leyenda negra” fue una serie de escritos y mitos que se divulgaron en el S. XIX para difamar no solamente a los padres de la Compañía, sino también a todo vestigio anterior a la Revolución de Mayo. Las denuncias y comentarios apuntaban hacia los nuevos jesuitas llegados y formados después de su regreso en 1859, y como un rechazo hacia la presencia española en la colonia, mostrando las crueldades de estos hacia los nativos y las miserias en las que vivían. Si bien algunas cuestiones fueron ciertas, la gran mayoría fue magnificada. Lo cierto es que buena parte de estas leyendas fue divulgada por protestantes, lo irónico fue que ellos en Norteamérica fueron extremadamente crueles al reemplazar a las culturas nativas sin oportunidades de integración, generando verdaderas masacres y conflictos territoriales.
Entre tantos agravios, pudo escucharse que los jesuitas fueron “denunciados por maltrato hacia encomenderos y aborígenes”, la frase fue tergiversada de una original que hablaba del nacimiento de la Universidad y decía que se les quitaron los aportes a la Compañía por las “denuncias que hacían ellos contra los nuevos terratenientes, por el maltrato hacia los nativos que vivían en sus tierras encomendadas”,  muchos de estos encomenderos eran funcionarios del Cabildo y la crueldad con la estos trataban a los originales herederos de estas tierras, llevaron a los Jesuitas a denunciarlos.
Esto no cambió la realidad y la orden de Loyola tendrá que arreglárselas económicamente por su cuenta. El sistema de Estancias Jesuitas se crea con el fin de sostener la Universidad y de autoabastecerse sin necesidad de depender de otros.

Los mechinales para la defensa
Esos agujeros cuadrados que se ven en la fachada de calicanto de la Iglesia de la Compañía de Jesús y en las paredes desnudas de muchos edificios de la colonia, no son para defensa ni como decoración. Se ha escuchado de boca de algunos apócrifos que esos huecos eran “por donde pasaban las armas y se les disparaba a los indios” y cosas más terribles también se escuchan día a día…
 Simplemente se los usaba desde el medioevo para encastrar los andamios de madera a medida que se elevaba la obra y estos desaparecían  al ser  tapadas con el posterior revoque.
En el caso de la iglesia, el mayor tamaño y la disposición estaban previstos  para una futura decoración, ya que al consagrarla en 1671, solo fue revocada y pintada sin ornamentos, conservándose así hasta principios del 1900  cuando deciden cambiar la fachada. Recien en la década del ’40 el el Arq. Oneto desnuda las paredes dejando esta nueva identidad a la “Iglesia de Piedra”.

Algunos tienen el barco en la cabeza
Una idea tan repetida como absurda. Decir que el techo de la iglesia se hizo con maderas de un barco pirata encallado, que los jesuitas llegaron con ese barco a Córdoba o que el autor lo hizo así porque era lo único que sabía hacer, son terribles falacias en contra de una gran obra del arte barroco colonial.
Phillipe Lemaire fue en su juventud trabajador en astilleros de Bélgica, Inglaterra y Portugal. Al llegar a nuestras tierras, tal oficio fue reemplazado por la construcción.
La gran amistad que lo unía con miembros de la Societas Jesu (SJ) le permitió formarse en arquitectura y trabajar a la par de los grandes alarifes aborígenes y negros esclavos, al tiempo de que se le proveyó de buen material bibliográfico.
La conclusión de semejante obra fue un magnífico entramado de maderas de cedro traído desde las Misiones Guaraníes cuyo traslado y construcción demandó doce años.
A la vista forma una bóveda de medio cañón espléndidamente decorada y, sobre la misma, una doble tijera unida por encastres y ligaduras de cuero.
Prescindiendo en lo posible de clavos y tornillos, el entramado del techo de la Compañía es una verdadera obra de arte del barroco.
El asunto del barco comenzó a mediados del siglo XX cuando una serie de estudios y trabajos de diferentes arquitectos convinieron que Lemaire había tomado como referencia un libro de Philibert de l’Orme cuya traducción sería “Nuevas invenciones para construir bien y a pequeños precios”. Al releer la obra, se observa que una bóveda hecha en madera, lleva el nombre de “Quilla Invertida”, lo que dio a pensar a algunos que se trataba de una embarcación dada vuelta...
A ciencia cierta, ningún barco de esa época podía llegar a tener tales dimensiones, tampoco podría usarse madera de un barco viejo ni encallado; en el mismo libro figura que bajo la cúpula se denomina de “media naranja”, y no por eso creemos que los jesuitas plantaron un super naranjo para su iglesia. A nuestros días, no hay evidencia de que ese libro haya llegado a Córdoba en esos tiempos.  Esto comprobado por quienes tienen en sus manos el patrimonio literario Jesuítico, el cual también forma parte de la Memoria Histórica para Latinoamérica y el Caribe, declarada por la UNESCO.
Los mitos siempre serán parte del acervo intangible de la ciudad, mientras haya quien los pueda explicar, va a ser agradable conocer esos secretos aún más fascinantes por descubrir.
A veces es necesario realizar investigaciones o indagar en las bibliotecas, pero otras veces, como dice José Naroski, “si quieres observar mejor el cielo, tienes que elevar la mirada”




Mitos y Leyendas de la Ciudad


 Patrimonio Intangible de la ciudad

En Córdoba existen leyendas. Creemos que en cualquier lugar hay historias que atraviesan generaciones generando intrigas de boca en boca. Historias que muchas veces fueron reales, pero que el tiempo les dará tintes mágicos hasta convertirse en lo que hoy conocemos como una leyenda
La idea principal de este relato es contar la historia, pero se destaca el contexto en el que se encontraban los espacios y quienes vivenciaron una presencia o situación extraordinaria, así como las posibles explicaciones que se dan hoy, en pleno siglo XXI, de esas leyendas que tuvieron un papel primordial durante siglos.
¿Pero cómo llegan hasta hoy esas historias y de qué manera nacieron?
Tomemos un ejemplo, vayamos a la Córdoba del 1800, quedémonos en el centro histórico, sobre el mismo pasaje entre la Catedral y el Cabildo. Veamos pisos y calles de tierra seca y una gran polvareda que nunca termina de asentarse por el movimiento constante. Los transportes son tirados por animales, como caballos, burros, mulas o bueyes, el lechero pasa con la misma vaca y te la ordeña en la puerta. No se si sacaron algunas cuentas, pero caminar por estas calles era una bosta… estoy hablando correctamente, eran calles cubiertas de bosta.
Existían los “bosteros”, que se encargaban de la limpieza diaria, pero ¿cuanto pueden sacar?
A la vez, esa misma bosta servía para que los yuyales y las plantas que se aferraban a los edificios crecieran y den un aspecto de abandono en ciertos lugares. El Cabildo mismo, a poco de haber sido construido alrededor de 1790, ya mostraba signos de abandono con quebraduras en la estructura y yuyales.
Sumemos que las ferias que se organizaban en las plazas, los olores eran muy fuertes, la gente pod+ia comprar animales vivos o faenados, alimentos en buen estado o en avanzada descomposición, en eso variaba su precio…
Dicen los viajeros que en las grandes ciudades de lo que es Argentina, llamaba la atención que hasta los pobres se daban el lujo de comer un gran costillar de vaca, y no es muy descabellado, ya que al terminar el día, si no se vendió lo faenado, esa carne se tira. Muchas partes quedaban tiradas como las achuras, que solo los negros o los animales comían, pero otras tantas veces quedaban tiradas pudriéndose en la plaza.
Seguimos sumando los olores, el “Campo Santo”, al costado de las iglesias, con el hedor propio de los muertos…
Ahora sí, imaginemos esa ciudad, pasar un día de verano por este cementerio citadino en el Pasaje y quedarse impregnado de ese olor. Imaginemos pasar un día de lluvia, cuando el agua reflote a los enterrados de cuerpo entero en alguna de sus partes… Yo, habitante colonial, que no fui educado y que las pocas letras me las dio el catolicismo. Yo que creo en la tradición oral y que esa oralidad no siempre es certera, veo que en el Campo Santo hay una mano que sale y por algún motivo se está moviendo. Salgo corriendo y le cuento a mi primo, éste impactado cuenta a otros que yo vi a una mano salir de la tierra, ¡y que me quiso agarrar!, los terceros quedan igualmente impactados y a la historia le agregan que el muerto salió de la tumba para vengarse de que yo lo había matado…
¿Ven cómo nace una leyenda?
Cuando un hecho no es cierto (no le vamos a llamar mentira, simplemente que no es verídico) es divulgado en el tiempo, se lo considera un mito. A partir de que la tradición oral lo decora y divulga, ese mito se convierte en la leyenda, que muchas veces, nace a partir de un caso real.

Pasaje Santa Catalina
El antiguo Pasaje Cuzco, hoy llamado Santa Catalina, es un pasaje con una historia macabra, con los momentos más tristes de nuestra historia: asesinatos, condenas a muerte, la presencia de la Inquisición y hasta en la historia reciente.
Comencemos por decir que quienes vienen caminando por la izquierda de esta calle peatonal, camina sobre lo que fue un CEMENTERIO.
Mejor dicho sería, el Campo Santo, el espacio al lado de las iglesias destinado a los enterramientos. El Campo Santo, si bien era una tradición, generaba un malestar general cuando los cuerpos de los muertos, enterrados a unos pocos centímetros del suelo y simplemente envueltos en una sábana, comenzaban a largar olores putrefactos en los veranos cordobeses. Había restos que fuero previamente pasados por el “pudridero”, que eran piletas con cal viva donde los cuerpos se consumían hasta quedar la osamenta, pero no todos los muertos llegaban a tener este tratamiento. Si tenemos en cuenta que a Córdoba le llaman la “Ciudad de las campanas”, sumando todas las iglesias que hay en pocas cuadras, los hedores llegaban a ser insoportables. Por suerte, el Cementerio San Jerónimo comenzó a funcionar en 1843 y ya no hubo enterramientos en el centro.
Llegó a haber un famoso enterrado aquí: el Tigre de los Llanos, Facundo Quiroga, quien estuvo un año desde que fuera muerto a unos 60 km de la ciudad de Córdoba, en Barranca Yaco, hasta su traslado a Buenos Aires.
En ese despoblado paraje en el medio del monte, donde se dice que aun pasa el temerario  carruaje repitiendo una y otra vez la gran masacre producida para matar a Facundo, y se recuerda a José Luís Basualdo, el  niño de doce años degollado llamando a su “mamita”, ante la inclemente furia asesina de Santos Pérez.
“No ha nacido el hombre que ha de matar a Facundo Quiroga” aseguraba el Tigre momentos antes de a tragedia “a un solo grito mío, esa partida se pondrá a mis órdenes”… lo que no tuvo en cuenta, es que el Capitán nunca dijo a sus hombres de quien se trataba, solo comentó sobre un asesino peligroso. Cuando la caravana fue interceptada, Facundo se asoma por la ventana gritando “Quién manda esta partida”, y sin mediar palabras, Santos Pérez le dispara en el rostro. Los hombres que lo acompañaban, al darse cuenta de la situación, apresuraron en no dejar testigos, masacrando a toda la comitiva. Uno de los hombres de Pérez, siendo de la zona, reconoció al pequeño postillón, hijo del postero del Tala y quiso protegerlo. Pero la incriminación que serpia el tenerlo de testigo, hizo que Santos Perez termine matando a su soldado y luego degüelle al pequeño José Luís.
Los restos de Quiroga fueron encontrados días después y velados junto con su secretario que lo acompañaba en la capilla de la Posta de SInsacate, a 12 Km. del lugar. Posteriormente, llevados al Campo Santo de la Iglesia Catedral, donde algunos afirman con temor, haber visto al General firme con su traje en señal de la espera de alguna venganza.
Si nos ponemos a considerar lo escrito en el comienzo, Facundo ya daba miedo en vida, es muy posible que haya dado miedo incluso muerto.
Hay un tronco que perteneció a la higuera bajo la cual fue enterrado Quiroga que se conserva en el Museo de Arte Religioso Juan de Tejeda.

Otro de los tristes recuerdos lo dejó una institución que dejó su tendal a lo largo de Europa y América, la Santa Inquisición creada en el medioevo y con intenciones más políticas que religiosas. En Córdoba tuvo su representante, quien venía haciendo visitas cada tanto y, por lo que dicen algunos autores “se ponían de acuerdo en la comunidad para hacer ver que aquí estaba todo bien y el comisario no se quedara”. Por suerte, poco era el tiempo que permanecía y en esos días se realizaba quema de libros o alguna efigie que representaba a algún muerto olvidado, culpable seguramente de un acto de herejía.
Hubo pocos casos en los que se recuerda a una “bruja” de Rio Cuarto y a un empecinado judío, Francisco Maldonado Da Silva, quien fue ajusticiado finalmente luego de una larga travesía en Lima. Inmortalizado en una novela de Marcos Aguinis “La Gesta del Marrano”.
Las penas de muerte al principio se realizaban en la plaza para escarmiento público. Luego en este pasaje, hay testimonio de quejas de las monjas Catalinas para que no se escuchen las ejecuciones frente al Monasterio y la última ejecución se dio en el famoso Calicanto de la Cañada, el 29 de abril de 1872 (Actual Bv. San Juan y Cañada), donde se ajustició a Zenón la Rosa por haber matado a una ex novia (femicidio histórico).
Se cuenta que las ejecuciones eran verdaderos espectáculos y que se armaba gran escándalo cuando se le perdonaba la vida a algún condenado (Grimaut, 1953, pp.34)
Según el mismo autor, las horcas y los cepos de antaño fueron enterrados en uno de los patios del Cabildo, aunque nunca se supo dónde (id. pp.34).

Historias de Cementerios
Son conocidos los casos de personas enterradas vivas. Aunque la mayoría sólo escuchó hablar de dichos casos, siempre queda el miedo a pasar esa situación de despertar encerrado en una caja de madera sofocante por la presión y en medio de la oscuridad.
En la colección de historias Córdoba X, del diario La Voz del Interior, se cuenta que “Durante milenios, se asoció la muerte a la simple ausencia de movimiento. Más tarde, el desarrollo de la ciencia fue confirmando que las funciones cardíacas y respiratorias eran el elemento constitutivo y esencial de la vida humana (…) A mediados del siglo XX, la medicina logró establecer que la muerte cerebral era la muerte del individuo, cuando se pierde de forma completa y permanente cualquier capacidad de conciencia.
En tiempos en los que la medicina no podía probar con exactitud la muerte de las personas, se les ponían hierros candentes en las plantas de los pies, usaban estimulantes, estornutatorios, los pinchaban con una aguja, ponían un espejo frente a la boca y la nariz (…)
Quizás el método más impactante sea el que definía el comisario, que ante su presencia respetada por los vivos, y al parecer por los muertos también, llamaba tres veces por su nombre al yacente, si no respondían, eran declarados muertos.
Los casos de catalepsia se dieron a menudo, el temor se generalizó al encontrar en exhumaciones, los cuerpos dados vuelta y con signos de haber intentado salir (…) Esto ya me está aterrando…
En la ciudad de Córdoba, se creó el Reglamento de Cementerios el 26 de noviembre de 1880, donde se establecieron los plazos para la inhumación del cadáver, las maneras de practicar la autopsia, el modo de poner la tapa a los cajones, un mínimo de tiempo para el velorio y hasta le podían atar un cordón en los dedos, que al mínimo movimiento hiciera sonar una campanilla…  (Cap. 10 pp. 154-155)
Algunas de las historias recientes que podemos nombrar, siempre tienen que ver con almas que al parecer no han dejado del todo esta tierra. En Traslasierra, con el ataúd que golpeaba  tres veces allá por noviembre de 2004, que incluso fue grabado por un noticiero… la del pasajero pálido que se toma un taxi y se baja sin más en el cementerio o las tantas historias de funebreros y guardias de casas velatorios…
Pero veamos algunas historias que se cuentan por ahí… recopiladas algunas en el Córdoba X
La Campera en la Tumba: Fue en un baile (…) dos jóvenes se conocieron, simpatizaron y bailaron toda la noche juntos. Al final de la madrugada, ella decide partir hacia su casa y el muchacho se ofrece a acompañarla, aunque tiene que insistir hasta que ella finalmente acepta. (...) como ella temblaba, el se quita la campera y se la pone sobre los hombros. Cuando están muy cerca de la casa, ella le dice que hasta ahí está bien, que le agradece la compañía; le da un beso en la mejilla y se marcha sola.
Eran tiempos en que no existía el celular y pocas veces se daba el teléfono por miedo a que atiendan los padres. Los encuentros se daban cuando se daban datos pequeños pero importantes “voy a tal escuela”, “nos juntamos en tal plaza”, y si eras valiente, llegar hasta la casa misma y presentarte…
Al día siguiente, el muchacho siente que quiere volver a verla y con la excusa de recuperar su campera, vuelve al lugar donde la dejó, (Sup. Córdoba X, cap. 7, pp 107) al preguntar por ella, sus padres extrañados le comentan que sí, por los datos era ella, pero que la chica murió hace dos años…
Cuando va al cementerio, encuentra la campera sobre la tumba de la joven fallecida…

Esta historia se repite con modificaciones si se la escucha en Bell Ville, en Villa María o en Río Tercero, donde el protagonista es un camionero. En todo el mundo, cada tanto aparece este relato con algunas variaciones.

El Puñal en el Poncho: se dieron en varios cementerios de la provincia a lo largo del siglo XX, una serie de casos en los que encargados de mantenimiento y seguridad encuentran en los panteones o tumbas, los cuerpos de personas que murieron recientemente. Las historias reales, al ser investigadas varían: en Los Cóndores, el nuevo muerto era un ladrón que acostumbraba despojar de sus joyas y alhajas a los muertos, hay dos versiones: que al intentar escapar una “mano extraña” lo tomó desde atrás… o este quedó enganchado con el mismo cuchillo con el que abría los cajones y ante el tirón quedó helado.
Al parecer, este profanador estaba igualmente asustado, no se dio cuenta y al engancharse su ropa la sugestión sobre ese momento fue más cruel.
En Luyaba, Traslasierra, unos muchachos jugaban al truco y apostaban. Cuando ya no tenían qué apostar y la bebida se acabó, concluyeron la noche comprendas…
La prenda era ir a clavar un cuchillo a un ataúd, el otro perdedor lo tenía que ir a buscar. El primero nunca volvió.
Al parecer, entre el miedo y la oscuridad, no advirtió que al clavar el cuchillo, su poncho quedó trabado con el mismo, el tirón que sintió, sumado al terror y la tensión, le detuvo el corazón.
Otro protagonista, de Rio Tercero que también apostó y perdió… tenía que cruzar el cementerio pero no llegó ni a la mitad que cayó al piso y murió… al parecer, en el camino se enganchó la botamanga. Quién sabe qué se le habrá pasado por la cabeza, cuando sintió que algo lo retenía desde el piso, el infarto no le dio tiempo a nada más.
Extraídos de Sup. Córdoba X de La Voz del Interior, cap. 7, pp107

Museo de la Memoria
Pero lo más triste de este pasaje, lo tenemos lamentablemente en la historia reciente, a lo largo de la última dictadura militar.
Donde hoy es el Museo de la Memoria, fue el llamado D2, una Central de Inteligencia que tenía en sus actividades la investigación y secuestro de personas desde 1975 y funcionó hasta 1987 como parte de la Central de Policía. Como ya sabemos, muchos de los detenidos sufrieron detenciones arbitrarias y torturas, físicas y psicológicas.
 Luego de permanecer desde una semana hasta 6 meses, eran trasladados hacia centros de detención clandestinos como Campo de la Rivera, La Perla o la Cárcel de  barrio San Martín. Algunos sobrevivieron, otros, al no saber sobre su identidad, fueron reconocidos como desaparecidos.
Hasta hoy se encuentras sus restos en osarios o enterramientos clandestinos. Hablando de almas que no encuentran un consuelo, cuantas almas deambulan hasta hoy buscando justicia para irse en paz.

Monasterio Santa Catalina[1]: un fantasma que no era invisible... Cuando se metió el Loco Ustaris desnudo...
Remigio de los Ángeles Ustaris nació en Río Cuarto en 1830 y desde niño radicó en Córdoba. Su fama se debió a las travesuras que realizaba, a veces, con pésimos resultados. Era gran imitador de voces y muy enamoradizo, lo que lo llevó a tener varios entreveros románticos y otros por apuestas realizadas.
La historia que les voy a contar aquí, frente a la Iglesia de Santa Catalina, es para ver de qué tipo de fantasma vamos a hablar. El Loco Ustaris estaba bien vivo cuando sucedió, pero depende de quien se los cuente podemos hablar de un ángel travieso, o de un demonio deliberado…
Cuenta Azor Grimaut: a las 8, don Remigio parecía distraído, parado en la calle de la Universidad (la Obispo Trejo) en la esquina del pasaje Santa Catalina. Vestía uno de sus mejores trajes y tocaba su cabeza una impecable galera. Casi en línea recta, hacia el Norte de la capilla, estaba el gran portón donde se introducían las provisiones. Unos metros más adelante, entrando, se iniciaba un zaguán ancho, que iba a terminar en el patio cuadrado, con galerías hacia el Este.
Colocados en la pared estaban dos tornos giratorios, uno pequeño y otro grande para el ingreso de todo tipo de mercancías.
Don Remigio, que tenía  estudiado su plan, cuando creyó llegado el momento, cruzó la calle y penetró el portón. Llego hasta el torno grande y sacó el cántaro dejado allí para el aguatero. Calculó algo mal porque no entraba completamente, por lo que se le ocurrió una mejor idea… desvestirse.
Al fin, desligado de ese problema, se metió en el torno y llamó a la Lega portera.
Imitando la voz del aguatero, dijo –“Ave María purísima, sin pecado concebida, el cántaro de agua hermanita”-
La monja giró confiada el torno y estuvo a punto de caer desmayada cuando se le apareció aquella figura grotesca que ingresaba burlona al Monasterio.
Los gritos de terror de la portera rompieron la serena tranquilidad del monasterio (…) otras religiosas salieron de sus celdas y se encontraron de manos a boca con el intruso indecente, que ensayaba saludos a todas direcciones. En contados minutos, la tranquilidad del monasterio se transformó en un infierno de gritos, llantos y corridas. Las monjas se cubrían el rostro con sus velos y trataban de esconderse en cualquier parte, mientras que Ustaris, sin dar muestras del menor escrúpulo, seguía corriendo por las galerías castañeando los dedos, al tanto que las monjas, seguras de que el mismo Satanás les estaba jugando una treta, clamaban protección al cielo.
El Loco, aprovechándose del terror de las mujeres, se introducía a las celdas y atravesaba luego los patios, manteniendo siempre su actitud de ceremonioso saludador, jugando con la galera (al parecer algo de indumentaria tenía…)
Se calcula que el travieso se mantuvo por unos 20 minutos dueño de la situación, hasta que una de las monjas logró ganar la escalera del campanario y empezó a tocar de rebato desesperadamente.
Los toques de campana encendieron en el acto la alarma en la ciudad y en contados minutos una multitud se congregó frente al monasterio (…). Del Cabildo llegaron policías junto con el comisario Vergara quien (…) forcejeó la puerta e ingresaron al Monasterio.
Mientras tanto, Ustaris, ajeno a la presencia de la autoridad, cantaba a viva voz (…) y, al enfrentarse de repente, al salir de una celda, con el comisario Vergara, sin perder la serenidad, con extrema cortesía y como si buscara justificación para su actitud, le dijo:
-“Amigo comisario: he ganado una apuesta! Si por mí ha venido, estoy completamente a sus órdenes” (Azor Grimaut, 1953, pp 36-41)
En fin, el comisario pidió a sus agentes que le llevaran la ropa. Ustaris se vistió como para ir a un baile y se dispusieron a salir. El comisario era muy respetado, por lo que la muchedumbre, dispuesta a lincharlo, se mantuvo al margen gritándole e insultándolo. Entre la gente se encontraban los dos que habían apostado, a los cuales el Loco Ustaris les dio un gesto ganador.
Pero las golpizas que no recibió de la gente, las tuvo en la comisaría. Una semana pasó en “la barra”, usada posterior al cepo. Otros tres meses entre la comisaría y el cementerio, donde lo obligaban a trabajos forzados cavando fosas.
En todo ese tiempo, los comentarios eran los peores y más variados. En fin, a los tres meses un amigo de Ustaris lo convenció de confesar lo que hizo y el caso se aclaró.
Al salir dijo: -“el gusto me lo di, aunque nunca en mi vida recibí tantos golpes como estos meses”.
Todo por 30 pesos fuertes y darse con una maña…


Cabildo Histórico
El Cabildo Histórico, como institución de gobierno hispánica, debía estar desde la misma fundación de una ciudad. Ergo, se entiende que el Cabildo funcionó primeramente en el Fuerte Fundacional en las barrancas del Suquía, en el hoy Barrio Yapeyú.
Con el traslado de la población en 1577, el primer Cabildo fue una construcción urgente que trató simplemente de una casa tipo “rancho” de adobe con techos de paja que iría modernizándose con el tiempo.
Pero las prioridades estaban en torno a una problemática: la necesidad de un lugar donde resguardar a los fuera de la ley, una cárcel pública con sus correspondientes celdas.
Usualmente reconocemos una leyenda adjudicándola con historias de fantasmas, mitos y eso que escuchamos de boca en boca, de generación en generación, la idea es abordar cada una de esas historias y comprenderlas.
Hay algo en común en todas las leyendas: comienzan con una situación extrema, una muerte violenta, no esperada o también con historias extraordinarias, todas tienen en claro que algo malo sucedió y algo ha quedado sin respuesta. Muchos hablan del “ánima”, que en sí, es como se le llama al alma de las personas en latín, pero vulgarmente se denomina al alma de una persona muerta que vaga entre los vivos esperando solucionar algo que en vida no pudo.
La idea de las leyendas no es usada por el culto católico solamente, sino que muchas culturas y religiones tienen sus propias leyendas, algunas de ellas forman parte del mismo culto.

Ingresando al Cabildo por el hall principal, y doblando a la izquierda ya se encuentra una mayólica donde vemos las funciones que cumplió el Cabildo: como institución vecinal hispánica, donde se organizaba la ciudad y se impartía la justicia; como sede del Gobierno de la provincia del Tucumán en tiempos del Virreinato del Perú; sede del Gobierno de Córdoba del Tucumán en tiempos del Virreinato del Río de la Plata (cuando se construyó el Cabildo con el estilo neo-clásico que conserva hasta hoy) y, posterior a la Independencia, cuando fueron sucediéndose diferentes instituciones como la primer municipalidad, la primer legislatura provincial, cárcel pública hasta la década de 1870, Casa de Gobierno en tiempos de Juárez Celman y a lo largo del siglo XX, como sede de la Central de Policía. En 1989 la Central fue trasladada y la municipalidad inauguró el Centro Cultural Cabildo, sede de Cultura Municipal, hoy también el Museo de la Ciudad, salas de exposición y conciertos.
En ese año, 1989,  se realizaron excavaciones arqueológicas y se hizo un proyecto para redescubrir las antiguas celdas del Cabildo, las cuales conoceremos ahora.
Las celdas eran semi-subterráneas. Hechas con los materiales más seguros como el calicanto de piedras y una argamasa precaria. Las rejas eran troncos de quebracho cruzados y en su apariencia asemejaba más a calabozos medievales.
El piso original se ubicaba donde están estos cantos rodados y se cerraba con un techo en bóveda, con una altura de 1,80 m en su parte más alta. Eran húmedas y generaban un hacinamiento entre quienes infringían las leyes que generaba el contagio de enfermedades, pestes y múltiples conflictos raciales.
En sí, quienes compartían esta  celda eran negros esclavos, nativos, aborígenes de diferentes culturas llegados para trabajar y algún criollo sin apellido ni dinero. Aquí convivían por haber cometido un delito como el robo, asesinato, o simplemente contradecir las órdenes de un español o criollo con linaje o cargo público.
Pero las celdas no eran tan trágicas como el cepo o la misma condena a muerte, éstas fueron testigos de lamentos y tristezas. Pero lo vemos en el encierro y en la propia construcción, como símbolo del desarraigo, el dejar una antigua tradición, un culto que no puede repetirse.

Historia reciente: siempre que necesitamos hurgar por las historias paranormales, debemos preguntar a quienes fueron testigos de esos eventos. A mí no me pasa, porque si en algún momento se me aparece una imagen fantasmagórica, en seguida le hago una entrevista. ¿Quiénes pueden ser tan “agraciados” con estas apariciones? Bueno, hay gente especial, muy sensible. Pero también gente que en su trabajo tiene muchas cosas en las que pensar y preocuparse. Usualmente, los datos los dan personal de limpieza y guardias de seguridad.
El personal de limpieza, nunca bien pagado debe deambular por diferentes lugares de la ciudad, saliendo en horas de la madrugada y llegando tarde a casa, pensando en los chicos, en la familia, en cobrar a tiempo… también los guardias, con muchas horas en la calle, otras tantas en comisaría y encima venir a hacer horas extras en lugares como el Cabildo…
Así es como a un guardia de seguridad, policía nuevo, lo mandaron a hacer noche al Cabildo. Era una noche muy tranquila como todas en el Cabildo. Hizo la ronda de las 23 hs., la ronda de las 2, y no pasaba nada. Cuando sólo para desvelarse un poco decide recorrer el edificio a las 4 de la madrugada, al pasar por el pasillo (que se ven las celdas desde arriba), nota que estaban las ventanas abiertas. Como culpándose de no haberlo visto antes, se introduce hacia las celdas para alcanzar los ventanales. Es allí cuando desde la profundidad de las celdas le gritan un ¡NOO!, y el policía asustado salió inmediatamente. Por supuesto pensando en un intruso, llamó al personal que cuida las calles, que al llegar revisaron de punta a punta el edificio sin ver nada raro.
El oficial declaró que escuchó el NOO, que había pasado varias veces por allí, que la voz era muy clara y a medida que pasaron las horas no hallaba explicación.
Luego de unos momentos, al ver que algunos de sus compañeros sabían de que se trataba, este muchacho comprendió lo que sucedía.
Nunca más volvió a hacer horas en este edificio.

Poco tiempo después, hace unos pocos inviernos atrás, al llegar a la mañana al Cabildo vemos que un guardia reconocido por los años que viene trabajando está algo nervioso y con aspecto de haber pasado una mala noche, discutiendo con su relevo que, para variar, se le reía en la cara, y explicando una y otra vez una situación que vivió, cada vez más nervioso y enojado.
Esperamos que se fuera  para preguntar a su compañero qué pasó y esto nos contó: cuando llega la madrugada, ya las rondas casi pierden sentido. En pleno invierno ya se atrincheran en la guardia para tomar un café y permanecer al lado de una estufa. El sueño lo fue venciendo aunque sin perder la posición sentada mirando hacia la puerta, en esa somnolencia estaba cuando recibe desde atrás un tremendo cachetazo en la nuca…
En un movimiento se incorporó alejándose del lugar unos dos metros y sacó su arma con un grito para intimidar al atrevido. Nada. La oficina vacía. Las luces todas encendidas y no había rincón donde esconderse. La puerta trabada para que no entre frío, imposible de abrir desde afuera… salió para despabilarse y no veía nada, encendió todas las luces y no había signos de ninguna presencia.
Si bien recibió la visita de otros policías que pasan por un café caliente o al baño, el resto de la noche lo pasó en vilo, alerta. Hasta hoy está el mismo guardia, hoy lo cuenta con gracia: “esa noche, alguien o algo se empachó de risa conmigo”.

Yendo desde las celdas hacia el ala norte del edificio, estas salas son las más antiguas del Cabildo, puede verse la evolución de la construcción en partes desnudas. Estas salas en tiempos de la policía fueron  depósitos de los sumarios, donde estaba la información en libracos apelmazados en precarias estanterías. Nos cuentan policías que trabajaron aquí que solía haber un “fantasma pícaro” que se divertía tirando los libracos, los mezclaba para que fuera  difícil encontrarlos y lo hacía caer sobre las cabezas de los desprevenidos secretarios. 
Al irse la Policía a la actual Central, varias oficinas deambularon por aquí, entre ellas las Guías de Turismo que estaban junto a las Oficinas de Informes de Ciudad y Provincia. Todos aseguran haber escuchado en los ’90 a una máquina de escribir que escribía en un tono constante. Se la ubicaba en la actual oficina de los guías, y por la función que cumplía anteriormente, se le dio el nombre de “sumariante” al responsable de ese frenético uso de la máquina. Decían que era un hombre que por vaya a saber qué problema  se quedaba muchas horas en la oficina trabajando.
Con el tiempo y los usos que tuvieron las salas, esos sonidos fueron mermando, pero más de una vio o escuchó cosas que no son comunes: visitantes que nunca salen, personajes extraños y hasta figuras detrás de las puertas.

La pelada de la Cañada
La Pelada de la Cañada era el fantasma más temido a lo largo de los siglos. Se aparecía en el calicanto de la Cañada, entre las calles Duarte Quirós, Montevideo y Bulevar San Juan, en lo que hoy es Pueblo Nuevo-Güemes.
Según Azor Grimaut, en su libro Duendes en Córdoba, “La Pelada” aparecía bajo dos imágenes distintas. La primera es descripta como un bulto de mujer de baja estatura, con un manto que le cubría la cabeza, ocultando el rostro.
Los vecinos que tenían sus ranchos en la rivera de la cañada, se encerraban en sus casas al resonar las ocho campanadas de Santo Domingo en los anocheceres  de invierno. Evitando cualquier encuentro con este ánima, que salía al encuentro de los trasnochados y de los madrugadores.
Aparecía de repente en medio de la oscuridad y perseguía al desprevenido con un llanto que hacia conmover a cualquiera. Ante el farol en la llamada “Cinco Esquinas” se quitaba el manto dejando ver un rostro cadavérico y una cabeza rasurada, de allí el apelativo.
Los borrachos que frecuentaban la zona desaparecían por temporadas ante el encuentro con esta figura.
La segunda versión de la pelada tenía la misma descripción, la diferencia radicaba en que una era llorona y la otra no. Además esta era bromista, y solía robar a sus víctimas. Esta pelada sabía alejarse de la zona de la cañada.
La pelada dejo de aparecerse luego que se encauzo la cañada, para evitar las inundaciones que se producían en la zona. O por lo menos su aparición quedo en el más absoluto secreto…

El farol: Según una memoria de La Voz del Interior de 1951, en algún momento fue tan popular como “La Pelada”, y su escenario era el mismo, la Cañada. Cuentan que iba por el aire a la altura de una persona, a veces por la orilla, otras, sobre el agua del arroyo, hasta el puente de la calle Deán Funes o hacia El Abrojal. “No hacía nada mientras no se lo provocara; mejor dicho, mientras no se lo llamara. Y un silbido era llamado y provocación”. Luego, identificaba al provocador y lo golpeaba.

La mujer del angelito: La avenida Roque Sáenz Peña, que conecta el barrio de Alta Córdoba con el Centro, alguna vez fue conocida como “La bajada del angelito muerto”. Es que muchos cocheros, conductores del tranvía a caballo y otros ocasionales transeúntes habían dado cuenta, con un especial estremecimiento en su relato, de una visión de espanto: una mujer que llevaba en sus brazos un pequeño féretro blanco sobre el que había un candelabro con velas encendidas. A ella, que vestía de luto, no se le veía la cara.
En aquellos días de finales del siglo XIX y aún comienzos del XX, los niños pequeños fallecidos eran tenidos como angelitos y sus velatorios eran toda una tradición festiva, celebratoria. Se dice que esta visión dejó de presentarse cuando se instaló en las cercanías el Regimiento 13 de Infantería, del cuerpo de artilleros del Ejército.

El burro de los siete chicos: Quizá una de las apariciones más enigmáticas y extrañas de la Córdoba del miedo. Solía asomarse a la medianoche por el contrafrente del Colegio Santo Tomás, sobre Duarte Quirós. “No producía ningún ruido al caminar y los chicos parecían empalizados, ya que no se movían”, cuenta Grimaut. Al llegar a Bolívar, explotaba sin ruido y desaparecía junto con los chicos.

Los degolladitos: Eran dos niños que, dicen, aparecieron degollados en Catamarca y bulevar Guzmán. Nadie supo quiénes eran, y hubo quien los vio en noches sin luna buscando sus cabezas alumbrándose con velas. Hubo incluso misas especiales para espantar sus fantasmas, pero poco a poco se convirtieron en ánimas milagrosas y la gente encendía velas en el lugar donde aparecieron. Ya no se encenderían luego de que provocaran un incendio en el aserradero Camporini, pero la creencia seguiría un tiempo más.

El degolladito: En la actual calle Tucumán entre Santa Rosa y La Rioja, apareció degollado un riojano comerciante que, al parecer, luego de vender sus productos, fue engañado por dos personas que luego de compartir algunas copas y al entrar la noche, lo golpearon para robarle. La saña con la que fue perpetrado el delito los llevó a cortarle la cabeza y dejarlo en un baldío.
Quienes se apiadaron del desgraciado, le comenzaron a poner velas y crear un verdadero culto que duró lo que tardó la ciudad en crecer y hacer desaparecer los baldíos del centro y cuantas otras expresiones culturales.

Otros sustos poblaban la noche: sólo por nombrar
El jinete en llamas: se presentaba en la bajada San Roque, hoy Julio Argentino Roca; anunciaba hechos sangrientos, “y no fallaba, porque, como salía los sábados, era seguro que los vecinos del hoy pueblo Güemes no iban a dejar pasar la noche sin darse algunas puñaladitas”, decía el diario el 5 de febrero de 1930.
El Chancho Benedicto: asustaba en la Cañada y San Luis, donde había muerto trágicamente un carrero llamado Benedicto.
El perro negro del Santo Tomás: salía de un cañaveral detrás del Colegio Santo Tomás, en Caseros y Duarte Quirós; era inmenso, tenía ojos fosforescentes y hacía extraños ruidos.
La gallina gigante: tenía el tamaño de un caballo, y sus pollitos, el de terneros. Más que atacar parecía huir, pero su extraño tamaño y sonido vaya que estremecía, según los relatos.
Los miedos siempre existieron y muchos formaron parte de nuestra infancia, aunque muchas de esas historias se confundan con foráneas y ya queden solo recuerdos de algunas leyendas. Con la llegada del alumbrado público, el avance de la ciudad, los baldíos y cañadones ya avanzados por el progreso y, sobre todo porque en la gran urbe ya no hay tiempo para prestarles atención, esos fantastmas fueron desapareciendo.

Cultos e historias reales
La Ramonita: Ramonita Moreno era una joven de 25 años que vivía en barrio Bella Vista. Trabajaba de mucama en una de las casas de la clase alta cordobesa de principios de siglo XX, y tenía un amorío con Raimundo Morales, aunque ella ya había sido casada con Juan Yañiz, pero como la muchacha comenzó a soltar una personalidad más libertina que hogareña, su marido renunció a seguir con ella y se marchó. Era un miércoles por la tarde cuando Ramonita se encontraba con su amante en la casa del mismo situada en calle Ituzaingó 629 (Hoy Barrio Nueva Córdoba).
Del otro lado del calicanto, Pueblo Güemes era un pedazo bravo de Córdoba, una orilla arrabalera donde se escribieron leyendas marginales y pendencieras como la del El Abrojal. Pero ya corrían los años ’30 y mucho había crecido la ciudad; mientras tanto el tranvía, irrumpiendo en la intimidad de cada vecindario venia derribando las fronteras barriales y acercaba a los vecinos más lejanos.
Una semana después siendo un 10 de mayo de 1934, al final de la calle Mariano Moreno se encontraba una barranca de cinco metros de profundidad, allí unos niños estaban jugando cuando descubrieron con horror el cuerpo semi-enterrado de la mujer. Se dio aviso a la policía, al diario, y Morales fue detenido por el asesinato. Raimundo Morales la mató porque no la podía tener viva. Fue un crimen de esos que se clasificaban  como pasionales.
El lunes que siguió al asesinato de Ramonita, fue cuando se prendió el primer fuego místico: una anciana del barrio fue hasta el barranco y dejó una vela para aliviar el espíritu de Ramonita. A partir de entonces lunes a lunes las velas se multiplicaron hasta crear en la hondura del barranco una imagen de intensa religiosidad.
Finalmente, se decidió sepultar el santuario para construir encima nuevas casas. La leyenda de la milagrosa Ramonita dice que cuando apenas había sido rellenado el gran pozo la lluvia solía abrir una grieta tan profunda que podía verse justamente el punto donde apareció el cuerpo.

Hoy los restos de la “Ramonita” descansan en el cementerio de San Vicente, donde también es considerado un santuario y aún pueden verse las ofrendas y pedidos de los fieles. A la Ramonita  se le reza para   aprobar los exámenes, y en agradecimiento se colocan  libros, carpetas, o cuadernos en su tumba, esto es porque ella  ayudaba a los niños  de su barrio dando clases particulares.

Muertes trágicas (extraído de Historia de los Barrios de Córdoba, de Bischoff)

Los presos degollados de Oribe: El paseo Sobremonte fue el escenario de sucesos tristes. El 31 de diciembre de 1840, el “tuerto” Bárcena, hombre de Manuel Oribe, sacó varios presos de la cárcel, los condujo a un terreno frente al actual colegio Santo Tomás y los degolló, junto a otras personas que encontró a su paso. Esto ocurrió a una cuadra del Paseo, en uno de cuyos bancos se exhibieron las cabezas para terror y espanto de la población. Oribe era el presidente uruguayo depuesto y que pasó a formar las filas de Juan Manuel de Rosas, ocupando las tareas que Facundo Quiroga no realizaba en Córdoba, la de masacrar sin piedad, ya que Facundo fue respetado y temido, pero no realizaba las atrocidades que sí hizo Oribe por encargo del Restaurador. Se lo conoce por sobre todo como un perverso degollador.

Fermín Manrique: Dos años más tarde, en noviembre de 1842, el gobernador López llegó hasta el paseo rodeado de funcionarios, mandó traer al Dr. Fermín Manrique, que vivía cerca, y le mostró una carta, que Manrique reconoció como suya y que comprometía a enemigos del gobierno. López mandó que lo subieran a un caballo y lo hizo conducir a donde se estaba construyendo el cementerio San Jerónimo. Allí fue fusilado. Manrique era Fiscal de Estado y, sospechado de conspirador, no había querido escapar por tener a su madre muy anciana.
Algo particular de esta historia, es que Manrique fue quien instauró la idea de crear el cementerio y quitar los Campos Santos del centro. Estaba terminado parte del Cementerio San Jeronimo cuando lo fusilaron, y el mismo creador, fue el primer enterrado en la necrópolis.




[1] Cuando se refiere a un Monasterio de Clausura, se refiere a Monjas Catalinas o Carmelitas, quienes eligen la vida monacal dentro de un espacio cerrado bajo una clausura estricta. Cuando se habla de Convento, es sencillamente el hogar y espacio de culto de hermanas de una orden regular o secular cualquiera que no tenga una clausura. Desde el Concilio Vaticano II de 1962, la clausura estricta se suprime, las monjas pasan a ser “Contemplativas”, es decir, que cada una respeta su propia clausura. Como punto importante, muchas veces se confunde convento y monasterio, hoy se lo puede nombrar indistintamente para la situación actual de las monjas, pero en la referencia histórica, se usa el término adecuado.







domingo, 13 de mayo de 2018

El traslado del Obispado a Córdoba "Hay Héroes que no tienen plata"

El traslado del Obispado a Córdoba
"Hay Héroes que no tienen plata"

Esta es una de esas historias que describen la vida de un desgraciado. No en el aspecto de una persona con mala actitud hacia la vida y hacia los demás, sino que es la historia de alguien que careció de gracia, más precisamente de la gracia del Señor.

Hurgando entre libros y relatos repasados eternidad de veces, me encuentro con la maravillosa obra de Cayetano Bruno “Historia de la Iglesia en Argentina” y agradezco que este hombre haya estado en nuestras tierras y deje plasmado con una total seriedad las increíbles e irreverentes historias que cuento en mis recorridos en esos doce tomos interminables de los cuales para leerlos simplemente cierro los ojos, dispongo el dedo y que me lleve a descubrir algo nuevo.

Ya mostré de manera algo irreverente lo acontecido entre la Carmelita y el Obispo, ahora  quiero mostrar una historia poco común, la de esos perdedores hermosos, quienes luchan hasta el cansancio, y se cansan, porque son hombres, y los hombres cuando se cansan paran con sus pretensiones. No es un fracaso, no es frustración. Bueno, puede que sean las dos.

La historia tiene que ver con el traslado del Obispado del Tucumán a Córdoba. 
Desde su creación, la capital del Tucumán, la última provincia del Virreinato del Perú que abarcaba Córdoba y todo el noroeste argentino actual más algunos pueblos de la actual Bolivia, y junto con ello, el traslado de la Capitalidad hacia la Docta ciudad, hecho que se consumó en 1700.
Pero volvamos al Obispado. Si bien el traslado lo efectivizó Mercadillo en 1699, la idea se venía gestando desde hacía mucho tiempo.

Ya en la segunda mitad del siglo XVII que se oian las voces de personalidades importantes: el obispo fray Melchor Maldonado “solicitó con ansias”, al igual que el gobernador Alonso de Mercado de pasar la Catedral a Córdoba, porque la consideraban “la mayor y más lustrosa de las provincias”, al igual que muchos viajeros dejaban su impresión de que Córdoba era la única ciudad en la región que podía estar acorde a un desarrollo urbano importante, incluso ya muchos preveian la extinción de otros pueblos, cosa que finalmente se dio en algunos casos…

Pero entre tantos “lustrosos”, encontramos a un gestor muy particular: Don José de Bustamante y Albornoz.
¿Quién era? Un peruano enviado desde la gran capital Virreinal con el título de Bachiller (nada importante para un alto cargo político o religioso pero suficiente como para trabajar en el Cabildo Eclesiástico), llegando a la empobrecida ciudad de Santiago del Estero. Allí toma el cargo de tesorero de la Catedral, y que a pesar de ser letrado, era considerado un “simple, de pocos alcances y muy elemental” por sus contemporáneos y hasta por el Rey de España, que llegó a leer él mismo las cartas que le enviaba, seguramente absorto e indignado.

El Obispo Ulloa comentó sobre él y otro que trabajaba a su par en la Catedral como “dos bultos de paja, totalmente incapaces para todo cuanto se ofreciese a la iglesia”, esta descripción fue por pedido del mismo Rey que necesitaba saber sobre este esmerado aunque ilegible personaje.

Lo que José de Bustamante y Albornoz quería, simplemente era irse de Santiago. Él no se sentía a gusto, pasaba hambre, veía las miserias que ocurrían a su alrededor, sabía que esa capital sucumbiría en cualquier momento y, sobre todo, provenía de una ciudad como Lima, que bastante distaba de esta nueva…

Entonces se propuso camiar las cosas. Primero da a conocer sus intenciones a sus autoridades, pero todo era caso omiso. La mayoría vivía viajando por la provincia, así se evita también permanecer los pesados días del verano Santiagueño.
Es así como en un acto casi rebelde, le escribe al mismísimo Rey sobre sus necesidades. Le escribe al monarca que NO quiere vivir en Santiago y que tampoco tenía que estar allí la Catedral. Estamos hablando del año 1676, donde en una carta  dice: “(describe la Catedral) que es una vileza decillo (…) lo primero, Señor, en esta Catedral no hallé iglesia, solo una casita mal hecha, donde está el señor de los cielos y de la tierra, que apenas cabemos a rezar, y por horas, estamos esperando  que se caiga sobre nosotros.”(sic)

Está comentando al Rey de España que la Iglesia de la capital provincial era muy sencilla y que se encontraba en muy malas condiciones, pero continua…
“Pido me saque de esta catedral y me eche a otra hacia el reino del Perú, o a Cusco, Arequipa, a  Lima, o donde le pareciere, porque no está mi  salvación aquí”
El pedido es casi una súplica, ya que no lo atienden en la provincia, no tiene respuesta del Virrey, ni el Obispo, ni de ninguna autoridad americana, entonces recurría a la máxima autoridad, en aquel tiempo podríamos decir casi a nivel Mundial!

Hagamos un pequeño ejercicio. Pongámonos en el lugar de un Rey que tiene en sus manos una buena porción del planeta. Que sus súbditos le están leyendo unas notas mal escritas, o mejor dicho, escritas tal como el hombre hablaba… y pedir que se le acerque el papel porque no creía lo que estaba escuchando… 

Aunque las primeras respuestas del Monarca fueron hacia las autoridades preguntando quién era este insolente, luego de las insistencias el Rey finalmente le contestó tratando de apaciguar sus deseos.
Pero los años pasaban, José necesitaba reforzar su pedido al tiempo que nuevos sucesos hacían que vuelva a solicitar el traslado “a donde sea”

Otros comentarios que le hacía a su “amigo” monárquico, es por ejemplo, que su primo arcediano está peleado con el Dean de la catedral y no quiere estar en medio de la disputa… su rol de intermediario lo incomodaba, y no deseaba tener problemas entre su familia y su jefe.
Un factor determinante de Santiago del Estero, pero que el Rey seguramente ignoraba eran “los malos temples que lo hacen enfermar, en el Perú se había acostumbrado al frío”. Y claro, hace mucho calor en Santiago, encima un clima muy seco.
Ya que habían entrado en confianza, o al menos eso creía Bustamante y Albornoz, se toma el trabajo de darle recomendaciones, y es aquí donde aparece una opción muy viable para su pedido.

Resulta que en uno de los viajes acompañando al Obispo, conoce la famosa Ciudad de las Campanas y queda deslumbrado. Si bien su Catedral no estaba terminada y había muchos edificios que aun seguían siendo de adobe y paja, se llevó una impresión muy buena, seguramente habrá visto la Manzana Jesuitica con su Universidad y la gran iglesia que fue el techo del país durante muchos años, habrá visto la posibilidad de expansión, la posibilidad de obtener agua, cosa que en Santiago era muy difícil en ciertas épocas, y es por eso que le insiste al Rey “no gaste su plata en reparar esta iglesia, que mude la Catedral a Córdoba, que es bueno para todo propósito…”

Dejaba establecido que el mejor fin, era no solo trasladarlo a él a este benigno lugar, sino directamente el Obispado con él manteniendo su cargo.
Continúa en sus cartas con algunas frases alentadoras como que “Dios se lo agradecería…”, y suponemos que ante tal aval se habrán amedrentado muchos.

Los pedidos se continuaron hasta la década del ’90 de ese siglo, ya casi desesperanzado, era un cronista de las desgracias que pasaban en esa calurosa capital diciendo que “…las tierras están secas y los indios se mueren de hambre más que de las pestes, que sus parientes no tienen para comer y no se puede hacer provecho de la tierra.”

En los relatos muy serios y fieles de Bruno se extiende en detalles sobre estas cartas y el pedido. Una de las últimas que envía, podríamos decir que es acatada por las autoridades, ya que a mediados de esa década ya empiezan con las tratativas oficiales del traslado: “Santiago en poco tiempo se va a despoblar y Córdoba pasará al esplendor…”

Al nombrar a Mercadillo como el nuevo Obispo del Tucumán, había una tarea que será menester: el traslado del Obispado a Córdoba, concretado en el 1700, en el inicio de un siglo de grandes cambios y progreso.
Había que construir una Catedral decente, y se mandó a llamar a Gonzalez Merguette, autor de la Catedral en Chuquisaca. Había que mejorar las instituciones y el mismo Mercadillo se impuso, aunque sin lograrlo porque sus ideas no estaban muy al tanto de las necesidades de esta ciudad.
Había que trasladar la capital provincial, y se lo hizo.
Pero faltaba algo, algo importante. ¡Manden a ese Bachiller a Córdoba de una vez!


Pero eso ya no se podía. José de Bustamante y Albornoz había muerto hacía unos años. En la pobreza, en su simpleza, en el calor de esa ciudad que los contuvo durante tantos años y donde veló por ese sueño de convertirse en un cordobés.