Patrimonio
Intangible de la ciudad
En Córdoba
existen leyendas. Creemos que en cualquier lugar hay historias que atraviesan
generaciones generando intrigas de boca en boca. Historias que muchas veces
fueron reales, pero que el tiempo les dará tintes mágicos hasta convertirse en
lo que hoy conocemos como una leyenda
La idea
principal de este relato es contar la historia, pero se destaca el contexto en
el que se encontraban los espacios y quienes vivenciaron una presencia o
situación extraordinaria, así como las posibles explicaciones que se dan hoy,
en pleno siglo XXI, de esas leyendas que tuvieron un papel primordial durante
siglos.
¿Pero cómo
llegan hasta hoy esas historias y de qué manera nacieron?
Tomemos un
ejemplo, vayamos a la Córdoba del 1800, quedémonos en el centro histórico,
sobre el mismo pasaje entre la Catedral y el Cabildo. Veamos pisos y calles de
tierra seca y una gran polvareda que nunca termina de asentarse por el
movimiento constante. Los transportes son tirados por animales, como caballos,
burros, mulas o bueyes, el lechero pasa con la misma vaca y te la ordeña en la
puerta. No se si sacaron algunas cuentas, pero caminar por estas calles era una
bosta… estoy hablando correctamente, eran calles cubiertas de bosta.
Existían los
“bosteros”, que se encargaban de la limpieza diaria, pero ¿cuanto pueden sacar?
A la vez,
esa misma bosta servía para que los yuyales y las plantas que se aferraban a
los edificios crecieran y den un aspecto de abandono en ciertos lugares. El Cabildo
mismo, a poco de haber sido construido alrededor de 1790, ya mostraba signos de
abandono con quebraduras en la estructura y yuyales.
Sumemos que
las ferias que se organizaban en las plazas, los olores eran muy fuertes, la
gente pod+ia comprar animales vivos o faenados, alimentos en buen estado o en
avanzada descomposición, en eso variaba su precio…
Dicen los
viajeros que en las grandes ciudades de lo que es Argentina, llamaba la
atención que hasta los pobres se daban el lujo de comer un gran costillar de
vaca, y no es muy descabellado, ya que al terminar el día, si no se vendió lo
faenado, esa carne se tira. Muchas partes quedaban tiradas como las achuras,
que solo los negros o los animales comían, pero otras tantas veces quedaban
tiradas pudriéndose en la plaza.
Seguimos
sumando los olores, el “Campo Santo”, al costado de las iglesias, con el hedor
propio de los muertos…
Ahora sí,
imaginemos esa ciudad, pasar un día de verano por este cementerio citadino en
el Pasaje y quedarse impregnado de ese olor. Imaginemos pasar un día de lluvia,
cuando el agua reflote a los enterrados de cuerpo entero en alguna de sus
partes… Yo, habitante colonial, que no fui educado y que las pocas letras me
las dio el catolicismo. Yo que creo en la tradición oral y que esa oralidad no
siempre es certera, veo que en el Campo Santo hay una mano que sale y por algún
motivo se está moviendo. Salgo corriendo y le cuento a mi primo, éste impactado
cuenta a otros que yo vi a una mano salir de la tierra, ¡y que me quiso agarrar!,
los terceros quedan igualmente impactados y a la historia le agregan que el
muerto salió de la tumba para vengarse de que yo lo había matado…
¿Ven cómo
nace una leyenda?
Cuando un
hecho no es cierto (no le vamos a llamar mentira, simplemente que no es
verídico) es divulgado en el tiempo, se lo considera un mito. A partir de que
la tradición oral lo decora y divulga, ese mito se convierte en la leyenda, que
muchas veces, nace a partir de un caso real.
Pasaje
Santa Catalina
El antiguo Pasaje Cuzco, hoy llamado
Santa Catalina, es un pasaje con una historia macabra, con los momentos más
tristes de nuestra historia: asesinatos, condenas a muerte, la presencia de la
Inquisición y hasta en la historia reciente.
Comencemos por decir que quienes
vienen caminando por la izquierda de esta calle peatonal, camina sobre lo que
fue un CEMENTERIO.
Mejor dicho sería, el Campo Santo, el
espacio al lado de las iglesias destinado a los enterramientos. El Campo Santo,
si bien era una tradición, generaba un malestar general cuando los cuerpos de
los muertos, enterrados a unos pocos centímetros del suelo y simplemente
envueltos en una sábana, comenzaban a largar olores putrefactos en los veranos cordobeses.
Había restos que fuero previamente pasados por el “pudridero”, que eran piletas
con cal viva donde los cuerpos se consumían hasta quedar la osamenta, pero no
todos los muertos llegaban a tener este tratamiento. Si tenemos en cuenta que a
Córdoba le llaman la “Ciudad de las campanas”, sumando todas las iglesias que
hay en pocas cuadras, los hedores llegaban a ser insoportables. Por suerte, el Cementerio San Jerónimo comenzó a
funcionar en 1843 y ya no hubo enterramientos en el centro.
Llegó a haber un famoso enterrado
aquí: el Tigre de los Llanos, Facundo
Quiroga, quien estuvo un año desde que fuera muerto a unos 60 km de la
ciudad de Córdoba, en Barranca Yaco, hasta
su traslado a Buenos Aires.
En ese despoblado paraje en el medio
del monte, donde se dice que aun pasa el temerario carruaje repitiendo una y otra vez la gran
masacre producida para matar a Facundo, y se recuerda a José Luís Basualdo,
el niño de doce años degollado llamando
a su “mamita”, ante la inclemente furia asesina de Santos Pérez.
“No ha nacido el hombre que ha
de matar a Facundo Quiroga”
aseguraba el Tigre momentos antes de a tragedia “a un solo grito mío, esa
partida se pondrá a mis órdenes”… lo que no tuvo en cuenta, es que el
Capitán nunca dijo a sus hombres de quien se trataba, solo comentó sobre un
asesino peligroso. Cuando la caravana fue interceptada, Facundo se asoma por la
ventana gritando “Quién manda esta partida”, y sin mediar palabras,
Santos Pérez le dispara en el rostro. Los hombres que lo acompañaban, al darse cuenta
de la situación, apresuraron en no dejar testigos, masacrando a toda la
comitiva. Uno de los hombres de Pérez, siendo de la zona, reconoció al pequeño
postillón, hijo del postero del Tala y quiso protegerlo. Pero la incriminación
que serpia el tenerlo de testigo, hizo que Santos Perez termine matando a su
soldado y luego degüelle al pequeño José Luís.
Los restos de Quiroga fueron
encontrados días después y velados junto con su secretario que lo acompañaba en
la capilla de la Posta de SInsacate, a 12 Km. del lugar. Posteriormente,
llevados al Campo Santo de la Iglesia Catedral, donde algunos afirman con
temor, haber visto al General firme con su traje en señal de la espera de
alguna venganza.
Si nos ponemos a considerar lo escrito
en el comienzo, Facundo ya daba miedo en vida, es muy posible que haya dado
miedo incluso muerto.
Hay un tronco que perteneció a la
higuera bajo la cual fue enterrado Quiroga que se conserva en el Museo de Arte
Religioso Juan de Tejeda.
Otro de los tristes recuerdos lo dejó una
institución que dejó su tendal a lo largo de Europa y América, la Santa Inquisición creada en el medioevo
y con intenciones más políticas que religiosas. En Córdoba tuvo su
representante, quien venía haciendo visitas cada tanto y, por lo que dicen algunos
autores “se ponían de acuerdo en la
comunidad para hacer ver que aquí estaba todo bien y el comisario no se quedara”.
Por suerte, poco era el tiempo que permanecía y en esos días se realizaba quema de libros o alguna efigie que representaba a algún muerto olvidado, culpable
seguramente de un acto de herejía.
Hubo pocos casos en los que se
recuerda a una “bruja” de Rio Cuarto
y a un empecinado judío, Francisco
Maldonado Da Silva, quien fue ajusticiado finalmente luego de una larga
travesía en Lima. Inmortalizado en una novela de Marcos Aguinis “La Gesta del Marrano”.
Las penas de muerte al principio se realizaban en la plaza para
escarmiento público. Luego en este pasaje, hay testimonio de quejas de las
monjas Catalinas para que no se escuchen las ejecuciones frente al Monasterio y
la última ejecución se dio en el famoso Calicanto de la Cañada, el 29 de abril
de 1872 (Actual Bv. San Juan y Cañada), donde se ajustició a Zenón la Rosa por haber matado a una ex
novia (femicidio histórico).
Se cuenta que las ejecuciones eran
verdaderos espectáculos y que se armaba gran escándalo cuando se le perdonaba
la vida a algún condenado (Grimaut, 1953, pp.34)
Según el mismo autor, las horcas y
los cepos de antaño fueron enterrados en uno de los patios del Cabildo,
aunque nunca se supo dónde (id. pp.34).
Historias
de Cementerios
Son conocidos los casos de personas
enterradas vivas. Aunque la mayoría sólo escuchó hablar de dichos casos,
siempre queda el miedo a pasar esa situación de despertar encerrado en una caja
de madera sofocante por la presión y en medio de la oscuridad.
En la colección de historias Córdoba X, del diario La Voz del
Interior, se cuenta que “Durante
milenios, se asoció la muerte a la simple ausencia de movimiento. Más tarde, el
desarrollo de la ciencia fue confirmando que las funciones cardíacas y
respiratorias eran el elemento constitutivo y esencial de la vida humana (…) A
mediados del siglo XX, la medicina logró establecer que la muerte cerebral era
la muerte del individuo, cuando se pierde de forma completa y permanente
cualquier capacidad de conciencia.
En
tiempos en los que la medicina no podía probar con exactitud la muerte de las
personas, se les ponían hierros candentes en las plantas de los pies, usaban
estimulantes, estornutatorios, los pinchaban con una aguja, ponían un espejo
frente a la boca y la nariz (…)
Quizás el
método más impactante sea el que definía el comisario, que ante su presencia
respetada por los vivos, y al parecer por los muertos también, llamaba tres
veces por su nombre al yacente, si no respondían, eran declarados muertos.
Los
casos de catalepsia se dieron a menudo, el temor se generalizó al encontrar en
exhumaciones, los cuerpos dados vuelta y con signos de haber intentado salir
(…) Esto ya me está aterrando…
En
la ciudad de Córdoba, se creó el Reglamento de Cementerios el 26 de noviembre
de 1880, donde se establecieron los plazos para la inhumación del cadáver, las
maneras de practicar la autopsia, el modo de poner la tapa a los cajones, un
mínimo de tiempo para el velorio y hasta le podían atar un cordón en los dedos,
que al mínimo movimiento hiciera sonar una campanilla… (Cap. 10 pp. 154-155)
Algunas de las historias recientes que
podemos nombrar, siempre tienen que ver con almas que al parecer no han dejado
del todo esta tierra. En Traslasierra, con el ataúd que golpeaba tres veces allá por noviembre de 2004, que
incluso fue grabado por un noticiero… la del pasajero pálido que se toma un
taxi y se baja sin más en el cementerio o las tantas historias de funebreros y
guardias de casas velatorios…
Pero veamos algunas historias que se cuentan por ahí…
recopiladas algunas en el Córdoba X
La Campera en la Tumba:
Fue en un baile (…) dos jóvenes se conocieron, simpatizaron y bailaron toda la
noche juntos. Al final de la madrugada, ella decide partir hacia su casa y el
muchacho se ofrece a acompañarla, aunque tiene que insistir hasta que ella
finalmente acepta. (...) como ella temblaba, el se quita la campera y se la
pone sobre los hombros. Cuando están muy cerca de la casa, ella le dice que
hasta ahí está bien, que le agradece la compañía; le da un beso en la mejilla y
se marcha sola.
Eran
tiempos en que no existía el celular y pocas veces se daba el teléfono por
miedo a que atiendan los padres. Los encuentros se daban cuando se daban datos
pequeños pero importantes “voy a tal escuela”, “nos juntamos en tal plaza”, y
si eras valiente, llegar hasta la casa misma y presentarte…
Al
día siguiente, el muchacho siente que quiere volver a verla y con la excusa de
recuperar su campera, vuelve al lugar donde la dejó, (Sup. Córdoba X, cap. 7,
pp 107) al
preguntar por ella, sus padres extrañados le comentan que sí, por los datos era
ella, pero que la chica murió hace dos años…
Cuando va al cementerio, encuentra la
campera sobre la tumba de la joven fallecida…
Esta historia se repite con
modificaciones si se la escucha en Bell Ville, en Villa María o en Río Tercero,
donde el protagonista es un camionero. En
todo el mundo, cada tanto aparece este relato con algunas variaciones.
El Puñal en el Poncho:
se dieron en
varios cementerios de la provincia a lo largo del siglo XX, una serie de casos
en los que encargados de mantenimiento y seguridad encuentran en los panteones
o tumbas, los cuerpos de personas que murieron recientemente. Las historias
reales, al ser investigadas varían: en Los
Cóndores, el nuevo muerto era un ladrón que acostumbraba despojar de sus joyas
y alhajas a los muertos, hay dos versiones: que al intentar escapar una “mano
extraña” lo tomó desde atrás… o este quedó enganchado con el mismo cuchillo con
el que abría los cajones y ante el tirón quedó helado.
Al parecer, este profanador estaba
igualmente asustado, no se dio cuenta y al engancharse su ropa la sugestión
sobre ese momento fue más cruel.
En
Luyaba,
Traslasierra, unos muchachos jugaban al truco y apostaban. Cuando ya no tenían
qué apostar y la bebida se acabó, concluyeron la noche comprendas…
La prenda era ir a clavar un cuchillo
a un ataúd, el otro perdedor lo tenía que ir a buscar. El primero nunca volvió.
Al parecer, entre el miedo y la
oscuridad, no advirtió que al clavar el cuchillo, su poncho quedó trabado con
el mismo, el tirón que sintió, sumado al terror y la tensión, le detuvo el
corazón.
Otro protagonista, de Rio Tercero que también apostó y
perdió… tenía que cruzar el cementerio pero no llegó ni a la mitad que cayó al
piso y murió… al parecer, en el camino se enganchó la botamanga. Quién sabe qué
se le habrá pasado por la cabeza, cuando sintió que algo lo retenía desde el
piso, el infarto no le dio tiempo a nada más.
Extraídos de Sup. Córdoba X de La Voz
del Interior, cap. 7, pp107
Museo
de la Memoria
Pero lo más triste de este pasaje, lo
tenemos lamentablemente en la historia reciente, a lo largo de la última
dictadura militar.
Donde hoy es el Museo de la Memoria, fue el llamado D2, una Central de
Inteligencia que tenía en sus actividades la investigación y secuestro de
personas desde 1975 y funcionó hasta 1987 como parte de la Central de Policía.
Como ya sabemos, muchos de los detenidos sufrieron detenciones arbitrarias y
torturas, físicas y psicológicas.
Luego de permanecer desde una semana hasta 6
meses, eran trasladados hacia centros de detención clandestinos como Campo de
la Rivera, La Perla o la Cárcel de
barrio San Martín. Algunos
sobrevivieron, otros, al no saber sobre su identidad, fueron reconocidos como
desaparecidos.
Hasta hoy se encuentras sus restos en
osarios o enterramientos clandestinos. Hablando de almas que no encuentran un
consuelo, cuantas almas deambulan hasta hoy buscando justicia para irse en paz.
Monasterio
Santa Catalina: un fantasma que no era
invisible... Cuando se metió el Loco Ustaris desnudo...
Remigio
de los Ángeles Ustaris
nació en Río Cuarto en 1830 y desde niño radicó en Córdoba. Su fama se debió a
las travesuras que realizaba, a veces, con pésimos resultados. Era gran imitador
de voces y muy enamoradizo, lo que lo llevó a tener varios entreveros
románticos y otros por apuestas realizadas.
La historia que les voy a contar aquí,
frente a la Iglesia de Santa Catalina,
es para ver de qué tipo de fantasma vamos a hablar. El Loco Ustaris estaba bien
vivo cuando sucedió, pero depende de quien se los cuente podemos hablar de un
ángel travieso, o de un demonio deliberado…
Cuenta Azor Grimaut: a las 8, don
Remigio parecía distraído, parado en la calle de la Universidad (la Obispo
Trejo) en la esquina del pasaje Santa Catalina. Vestía uno de sus mejores
trajes y tocaba su cabeza una impecable galera. Casi en línea recta, hacia el
Norte de la capilla, estaba el gran portón donde se introducían las
provisiones. Unos metros más adelante, entrando, se iniciaba un zaguán ancho,
que iba a terminar en el patio cuadrado, con galerías hacia el Este.
Colocados
en la pared estaban dos tornos giratorios, uno pequeño y otro grande para el
ingreso de todo tipo de mercancías.
Don
Remigio, que tenía estudiado su plan,
cuando creyó llegado el momento, cruzó la calle y penetró el portón. Llego
hasta el torno grande y sacó el cántaro dejado allí para el aguatero. Calculó
algo mal porque no entraba completamente, por lo que se le ocurrió una mejor
idea… desvestirse.
Al
fin, desligado de ese problema, se metió en el torno y llamó a la Lega portera.
Imitando
la voz del aguatero, dijo –“Ave María
purísima, sin pecado concebida, el cántaro de agua hermanita”-
La monja
giró confiada el torno y estuvo a punto de caer desmayada cuando se le apareció
aquella figura grotesca que ingresaba burlona al Monasterio.
Los gritos de terror de la
portera rompieron la serena tranquilidad del monasterio
(…) otras religiosas salieron de sus celdas y se encontraron de manos a boca
con el intruso indecente, que ensayaba saludos a todas direcciones. En contados
minutos, la tranquilidad del monasterio se transformó en un infierno de gritos,
llantos y corridas. Las monjas se cubrían el rostro con sus velos y trataban de
esconderse en cualquier parte, mientras que Ustaris, sin dar muestras del menor
escrúpulo, seguía corriendo por las galerías castañeando los dedos, al tanto
que las monjas, seguras de que el mismo Satanás les estaba jugando una treta,
clamaban protección al cielo.
El
Loco, aprovechándose del terror de las mujeres, se introducía a las celdas y
atravesaba luego los patios, manteniendo siempre su actitud de ceremonioso
saludador, jugando con la galera (al parecer algo de
indumentaria tenía…)
Se calcula
que el travieso se mantuvo por unos 20 minutos dueño de la situación, hasta que
una de las monjas logró ganar la escalera del campanario y empezó a tocar de
rebato desesperadamente.
Los
toques de campana encendieron en el acto la alarma en la ciudad y en contados
minutos una multitud se congregó frente al monasterio (…). Del Cabildo llegaron
policías junto con el comisario Vergara quien (…) forcejeó la puerta e
ingresaron al Monasterio.
Mientras
tanto, Ustaris, ajeno a la presencia de la autoridad, cantaba a viva voz (…) y,
al enfrentarse de repente, al salir de una celda, con el comisario Vergara, sin
perder la serenidad, con extrema cortesía y como si buscara justificación para
su actitud, le dijo:
-“Amigo
comisario: he ganado una apuesta! Si por mí ha venido, estoy completamente a
sus órdenes” (Azor Grimaut, 1953, pp 36-41)
En fin, el comisario pidió a sus
agentes que le llevaran la ropa. Ustaris se vistió como para ir a un baile y se
dispusieron a salir. El comisario era muy respetado, por lo que la muchedumbre,
dispuesta a lincharlo, se mantuvo al margen gritándole e insultándolo. Entre la
gente se encontraban los dos que habían apostado, a los cuales el Loco Ustaris
les dio un gesto ganador.
Pero las golpizas que no recibió de la
gente, las tuvo en la comisaría. Una semana pasó en “la barra”, usada posterior
al cepo. Otros tres meses entre la comisaría y el cementerio, donde lo
obligaban a trabajos forzados cavando fosas.
En todo ese tiempo, los comentarios
eran los peores y más variados. En fin, a los tres meses un amigo de Ustaris lo
convenció de confesar lo que hizo y el caso se aclaró.
Al salir dijo: -“el gusto me lo di, aunque nunca en mi vida recibí tantos golpes como
estos meses”.
Todo por 30 pesos fuertes y darse con
una maña…
Cabildo
Histórico
El Cabildo Histórico, como institución
de gobierno hispánica, debía estar desde la misma fundación de una ciudad.
Ergo, se entiende que el Cabildo funcionó primeramente en el Fuerte Fundacional
en las barrancas del Suquía, en el hoy Barrio Yapeyú.
Con el traslado de la población en
1577, el primer Cabildo fue una construcción urgente que trató simplemente de
una casa tipo “rancho” de adobe con techos de paja que iría modernizándose con
el tiempo.
Pero las prioridades estaban en torno
a una problemática: la necesidad de un lugar donde resguardar a los fuera de la
ley, una cárcel pública con sus correspondientes celdas.
Usualmente reconocemos una leyenda
adjudicándola con historias de fantasmas, mitos y eso que escuchamos de boca en
boca, de generación en generación, la idea es abordar cada una de esas
historias y comprenderlas.
Hay algo en común en todas las
leyendas: comienzan con una situación extrema, una muerte violenta, no esperada
o también con historias extraordinarias, todas tienen en claro que algo malo
sucedió y algo ha quedado sin respuesta. Muchos hablan del “ánima”, que en sí,
es como se le llama al alma de las personas en latín, pero vulgarmente se
denomina al alma de una persona muerta que vaga entre los vivos esperando
solucionar algo que en vida no pudo.
La idea de las leyendas no es usada
por el culto católico solamente, sino que muchas culturas y religiones tienen
sus propias leyendas, algunas de ellas forman parte del mismo culto.
Ingresando al Cabildo por el hall
principal, y doblando a la izquierda ya se encuentra una mayólica donde vemos
las funciones que cumplió el Cabildo: como institución vecinal hispánica,
donde se organizaba la ciudad y se impartía la justicia; como sede del Gobierno
de la provincia del Tucumán en tiempos del Virreinato del Perú; sede del Gobierno
de Córdoba del Tucumán en tiempos del Virreinato del Río de la Plata
(cuando se construyó el Cabildo con el estilo neo-clásico que conserva hasta
hoy) y, posterior a la Independencia, cuando
fueron sucediéndose diferentes instituciones como la primer municipalidad,
la primer legislatura provincial, cárcel pública hasta la década
de 1870, Casa de Gobierno en tiempos de Juárez Celman y a lo largo del
siglo XX, como sede de la Central de Policía. En 1989 la Central fue
trasladada y la municipalidad inauguró el Centro Cultural Cabildo, sede
de Cultura Municipal, hoy también el Museo de la Ciudad, salas de
exposición y conciertos.
En ese año, 1989, se realizaron excavaciones arqueológicas y se
hizo un proyecto para redescubrir las antiguas celdas del Cabildo, las cuales
conoceremos ahora.
Las celdas eran semi-subterráneas.
Hechas con los materiales más seguros como el calicanto de piedras y una
argamasa precaria. Las rejas eran troncos de quebracho cruzados y en su
apariencia asemejaba más a calabozos medievales.
El piso original se ubicaba donde
están estos cantos rodados y se cerraba con un techo en bóveda, con una altura
de 1,80 m en su parte más alta. Eran húmedas y generaban un hacinamiento entre
quienes infringían las leyes que generaba el contagio de enfermedades, pestes y
múltiples conflictos raciales.
En sí, quienes compartían esta celda eran negros esclavos, nativos,
aborígenes de diferentes culturas llegados para trabajar y algún criollo sin
apellido ni dinero. Aquí convivían por haber cometido un delito como el robo,
asesinato, o simplemente contradecir las órdenes de un español o criollo con
linaje o cargo público.
Pero las celdas no eran tan trágicas
como el cepo o la misma condena a muerte, éstas fueron testigos de lamentos y
tristezas. Pero lo vemos en el encierro y en la propia construcción, como
símbolo del desarraigo, el dejar una antigua tradición, un culto que no puede
repetirse.
Historia
reciente: siempre
que necesitamos hurgar por las historias paranormales, debemos preguntar a
quienes fueron testigos de esos eventos. A mí no me pasa, porque si en algún
momento se me aparece una imagen fantasmagórica, en seguida le hago una
entrevista. ¿Quiénes pueden ser tan
“agraciados” con estas apariciones? Bueno, hay gente especial, muy
sensible. Pero también gente que en su trabajo tiene muchas cosas en las que
pensar y preocuparse. Usualmente, los datos los dan personal de limpieza y
guardias de seguridad.
El personal de limpieza, nunca bien
pagado debe deambular por diferentes lugares de la ciudad, saliendo en horas de
la madrugada y llegando tarde a casa, pensando en los chicos, en la familia, en
cobrar a tiempo… también los guardias, con muchas horas en la calle, otras
tantas en comisaría y encima venir a hacer horas extras en lugares como el
Cabildo…
Así es como a un guardia de seguridad,
policía nuevo, lo mandaron a hacer noche al Cabildo. Era una noche muy
tranquila como todas en el Cabildo. Hizo la ronda de las 23 hs., la ronda de
las 2, y no pasaba nada. Cuando sólo para desvelarse un poco decide recorrer el
edificio a las 4 de la madrugada, al pasar por el pasillo (que se ven las
celdas desde arriba), nota que estaban las ventanas abiertas. Como culpándose
de no haberlo visto antes, se introduce hacia las celdas para alcanzar los
ventanales. Es allí cuando desde la profundidad de las celdas le gritan un ¡NOO!, y el policía asustado salió inmediatamente. Por supuesto pensando
en un intruso, llamó al personal que cuida las calles, que al llegar revisaron
de punta a punta el edificio sin ver nada raro.
El oficial declaró que escuchó el NOO,
que había pasado varias veces por allí, que la voz era muy clara y a medida que
pasaron las horas no hallaba explicación.
Luego de unos momentos, al ver que
algunos de sus compañeros sabían de que se trataba, este muchacho comprendió lo
que sucedía.
Nunca más volvió a hacer horas en este
edificio.
Poco tiempo después, hace unos pocos
inviernos atrás, al llegar a la mañana al Cabildo vemos que un guardia
reconocido por los años que viene trabajando está algo nervioso y con aspecto
de haber pasado una mala noche, discutiendo con su relevo que, para variar, se
le reía en la cara, y explicando una y otra vez una situación que vivió, cada
vez más nervioso y enojado.
Esperamos que se fuera para preguntar a su compañero qué pasó y esto
nos contó: cuando llega la madrugada, ya las rondas casi pierden sentido. En
pleno invierno ya se atrincheran en la guardia para tomar un café y permanecer
al lado de una estufa. El sueño lo fue venciendo aunque sin perder la posición
sentada mirando hacia la puerta, en esa somnolencia estaba cuando recibe desde
atrás un tremendo cachetazo en la nuca…
En un movimiento se incorporó
alejándose del lugar unos dos metros y sacó su arma con un grito para intimidar
al atrevido. Nada. La oficina vacía. Las luces todas encendidas y no había
rincón donde esconderse. La puerta trabada para que no entre frío, imposible de
abrir desde afuera… salió para despabilarse y no veía nada, encendió todas las
luces y no había signos de ninguna presencia.
Si bien recibió la visita de otros
policías que pasan por un café caliente o al baño, el resto de la noche lo pasó
en vilo, alerta. Hasta hoy está el mismo guardia, hoy lo cuenta con gracia: “esa
noche, alguien o algo se empachó de risa conmigo”.
Yendo desde las celdas hacia el ala
norte del edificio, estas salas son las más antiguas del Cabildo, puede verse
la evolución de la construcción en partes desnudas. Estas salas en tiempos de
la policía fueron depósitos de los
sumarios, donde estaba la información en libracos apelmazados en precarias estanterías.
Nos cuentan policías que trabajaron aquí que solía haber un “fantasma pícaro”
que se divertía tirando los libracos, los mezclaba para que fuera difícil encontrarlos y lo hacía caer sobre
las cabezas de los desprevenidos secretarios.
Al irse la Policía a la actual
Central, varias oficinas deambularon por aquí, entre ellas las Guías de Turismo
que estaban junto a las Oficinas de Informes de Ciudad y Provincia. Todos aseguran haber escuchado en los ’90 a una
máquina de escribir que escribía en un tono constante. Se la ubicaba en la
actual oficina de los guías, y por la función que cumplía anteriormente, se le
dio el nombre de “sumariante” al responsable de ese frenético uso de la
máquina. Decían que era un hombre que por vaya a saber qué problema se quedaba muchas horas en la oficina
trabajando.
Con el tiempo y los usos que tuvieron
las salas, esos sonidos fueron mermando, pero más de una vio o escuchó cosas
que no son comunes: visitantes que nunca salen, personajes extraños y hasta
figuras detrás de las puertas.
La
pelada de la Cañada
La Pelada de la Cañada era el fantasma
más temido a lo largo de los siglos. Se aparecía en el calicanto de la
Cañada, entre las calles Duarte Quirós, Montevideo y Bulevar San Juan, en
lo que hoy es Pueblo Nuevo-Güemes.
Según Azor Grimaut, en su libro
Duendes en Córdoba, “La Pelada” aparecía bajo dos imágenes distintas. La
primera es descripta como un bulto de mujer de baja estatura, con un manto que
le cubría la cabeza, ocultando el rostro.
Los vecinos que tenían sus ranchos en
la rivera de la cañada, se encerraban en sus casas al resonar las ocho
campanadas de Santo Domingo en los anocheceres
de invierno. Evitando cualquier encuentro con este ánima, que salía al
encuentro de los trasnochados y de los madrugadores.
Aparecía de repente en medio de la
oscuridad y perseguía al desprevenido con un llanto que hacia conmover a
cualquiera. Ante el farol en la llamada “Cinco Esquinas” se quitaba el manto
dejando ver un rostro cadavérico y una cabeza rasurada, de allí el apelativo.
Los borrachos que frecuentaban la zona
desaparecían por temporadas ante el encuentro con esta figura.
La segunda versión de la pelada tenía
la misma descripción, la diferencia radicaba en que una era llorona y la otra
no. Además esta era bromista, y solía robar a sus víctimas. Esta pelada sabía
alejarse de la zona de la cañada.
La pelada dejo de aparecerse luego que
se encauzo la cañada, para evitar las inundaciones que se producían en la zona.
O por lo menos su aparición quedo en el más absoluto secreto…
El farol: Según una memoria de La Voz
del Interior de 1951, en algún momento fue tan popular como “La Pelada”, y su
escenario era el mismo, la Cañada. Cuentan que iba por el aire a la altura de
una persona, a veces por la orilla, otras, sobre el agua del arroyo, hasta el
puente de la calle Deán Funes o hacia El Abrojal. “No hacía nada mientras no se
lo provocara; mejor dicho, mientras no se lo llamara. Y un silbido era llamado
y provocación”. Luego, identificaba al provocador y lo golpeaba.
La mujer del angelito: La avenida Roque Sáenz Peña,
que conecta el barrio de Alta Córdoba con el Centro, alguna vez fue conocida
como “La bajada del angelito muerto”. Es que muchos cocheros, conductores del
tranvía a caballo y otros ocasionales transeúntes habían dado cuenta, con un
especial estremecimiento en su relato, de una visión de espanto: una mujer que
llevaba en sus brazos un pequeño féretro blanco sobre el que había un
candelabro con velas encendidas. A ella, que vestía de luto, no se le veía la
cara.
En aquellos días de finales del siglo
XIX y aún comienzos del XX, los niños pequeños fallecidos eran tenidos como
angelitos y sus velatorios eran toda una tradición festiva, celebratoria. Se
dice que esta visión dejó de presentarse cuando se instaló en las cercanías el
Regimiento 13 de Infantería, del cuerpo de artilleros del Ejército.
El burro de los siete chicos: Quizá una de las apariciones
más enigmáticas y extrañas de la Córdoba del miedo. Solía asomarse a la
medianoche por el contrafrente del Colegio Santo Tomás, sobre Duarte Quirós. “No
producía ningún ruido al caminar y los chicos parecían empalizados, ya que no
se movían”, cuenta Grimaut. Al llegar a Bolívar, explotaba sin ruido y
desaparecía junto con los chicos.
Los degolladitos: Eran dos niños que, dicen,
aparecieron degollados en Catamarca y bulevar Guzmán. Nadie supo quiénes eran,
y hubo quien los vio en noches sin luna buscando sus cabezas alumbrándose con
velas. Hubo incluso misas especiales para espantar sus fantasmas, pero poco a
poco se convirtieron en ánimas milagrosas y la gente encendía velas en el lugar
donde aparecieron. Ya no se encenderían luego de que provocaran un incendio en
el aserradero Camporini, pero la creencia seguiría un tiempo más.
El degolladito:
En la actual calle Tucumán entre Santa Rosa y La Rioja, apareció degollado un
riojano comerciante que, al parecer, luego de vender sus productos, fue
engañado por dos personas que luego de compartir algunas copas y al entrar la
noche, lo golpearon para robarle. La saña con la que fue perpetrado el delito
los llevó a cortarle la cabeza y dejarlo en un baldío.
Quienes se apiadaron del desgraciado,
le comenzaron a poner velas y crear un verdadero culto que duró lo que tardó la
ciudad en crecer y hacer desaparecer los baldíos del centro y cuantas otras
expresiones culturales.
Otros sustos poblaban la noche: sólo por nombrar
El jinete en llamas: se presentaba en la bajada
San Roque, hoy Julio Argentino Roca; anunciaba hechos sangrientos, “y no
fallaba, porque, como salía los sábados, era seguro que los vecinos del hoy
pueblo Güemes no iban a dejar pasar la noche sin darse algunas puñaladitas”,
decía el diario el 5 de febrero de 1930.
El Chancho Benedicto: asustaba en la Cañada y San
Luis, donde había muerto trágicamente un carrero llamado Benedicto.
El perro negro del Santo Tomás: salía de un cañaveral detrás
del Colegio Santo Tomás, en Caseros y Duarte Quirós; era inmenso, tenía ojos
fosforescentes y hacía extraños ruidos.
La gallina gigante: tenía el tamaño de un caballo,
y sus pollitos, el de terneros. Más que atacar parecía huir, pero su extraño
tamaño y sonido vaya que estremecía, según los relatos.
Los miedos siempre existieron y muchos
formaron parte de nuestra infancia, aunque muchas de esas historias se confundan
con foráneas y ya queden solo recuerdos de algunas leyendas. Con la llegada del
alumbrado público, el avance de la ciudad, los baldíos y cañadones ya avanzados
por el progreso y, sobre todo porque en la gran urbe ya no hay tiempo para
prestarles atención, esos fantastmas fueron desapareciendo.
Cultos
e historias reales
La Ramonita: Ramonita
Moreno era una joven de 25 años que vivía en barrio Bella Vista. Trabajaba de
mucama en una de las casas de la clase alta cordobesa de principios de siglo
XX, y tenía un amorío con Raimundo Morales, aunque ella ya había sido casada
con Juan Yañiz, pero como la muchacha comenzó a soltar una personalidad más
libertina que hogareña, su marido renunció a seguir con ella y se marchó. Era
un miércoles por la tarde cuando Ramonita se encontraba con su amante en la
casa del mismo situada en calle Ituzaingó 629 (Hoy Barrio Nueva Córdoba).
Del otro lado del calicanto, Pueblo
Güemes era un pedazo bravo de Córdoba, una orilla arrabalera donde se
escribieron leyendas marginales y pendencieras como la del El Abrojal. Pero ya
corrían los años ’30 y mucho había crecido la ciudad; mientras tanto el
tranvía, irrumpiendo en la intimidad de cada vecindario venia derribando las
fronteras barriales y acercaba a los vecinos más lejanos.
Una semana después siendo un 10 de
mayo de 1934, al final de la calle Mariano Moreno se encontraba una barranca de
cinco metros de profundidad, allí unos niños estaban jugando cuando
descubrieron con horror el cuerpo semi-enterrado de la mujer. Se dio aviso a la
policía, al diario, y Morales fue detenido por el asesinato. Raimundo Morales
la mató porque no la podía tener viva. Fue un crimen de esos que se
clasificaban como pasionales.
El lunes que siguió al asesinato de
Ramonita, fue cuando se prendió el primer fuego místico: una anciana del barrio
fue hasta el barranco y dejó una vela para aliviar el espíritu de Ramonita. A
partir de entonces lunes a lunes las velas se multiplicaron hasta crear en la
hondura del barranco una imagen de intensa religiosidad.
Finalmente, se decidió sepultar el
santuario para construir encima nuevas casas. La leyenda de la milagrosa
Ramonita dice que cuando apenas había sido rellenado el gran pozo la lluvia
solía abrir una grieta tan profunda que podía verse justamente el punto donde
apareció el cuerpo.
Hoy los restos de la “Ramonita”
descansan en el cementerio de San Vicente, donde también es considerado un
santuario y aún pueden verse las ofrendas y pedidos de los fieles. A la
Ramonita se le reza para aprobar los exámenes, y en agradecimiento se
colocan libros, carpetas, o cuadernos en
su tumba, esto es porque ella ayudaba a
los niños de su barrio dando clases
particulares.
Muertes
trágicas (extraído
de Historia de los Barrios de Córdoba, de Bischoff)
Los
presos degollados de Oribe:
El paseo Sobremonte fue el escenario
de sucesos tristes. El 31 de
diciembre de 1840, el “tuerto” Bárcena, hombre de Manuel Oribe, sacó varios
presos de la cárcel, los condujo a un terreno frente al actual colegio Santo
Tomás y los degolló, junto a otras personas que encontró a su paso. Esto
ocurrió a una cuadra del Paseo, en uno de cuyos bancos se exhibieron las
cabezas para terror y espanto de la población. Oribe era el presidente uruguayo depuesto y que pasó a formar las filas
de Juan Manuel de Rosas, ocupando las tareas que Facundo Quiroga no realizaba
en Córdoba, la de masacrar sin piedad, ya que Facundo fue respetado y temido,
pero no realizaba las atrocidades que sí hizo Oribe por encargo del
Restaurador. Se lo conoce por sobre todo como un perverso degollador.
Fermín
Manrique: Dos años más tarde, en noviembre de 1842, el
gobernador López llegó hasta el paseo rodeado de funcionarios, mandó traer al
Dr. Fermín Manrique, que vivía cerca, y le mostró una carta, que Manrique
reconoció como suya y que comprometía a enemigos del gobierno. López mandó que
lo subieran a un caballo y lo hizo conducir a donde se estaba construyendo el
cementerio San Jerónimo. Allí fue fusilado. Manrique era Fiscal de Estado y,
sospechado de conspirador, no había querido escapar por tener a su madre muy
anciana.
Algo
particular de esta historia, es que Manrique fue quien instauró la idea de
crear el cementerio y quitar los Campos Santos del centro. Estaba terminado
parte del Cementerio San Jeronimo cuando lo fusilaron, y el mismo creador, fue
el primer enterrado en la necrópolis.