El traslado del Obispado a Córdoba
"Hay Héroes que no tienen plata"
Esta
es una de esas historias que describen la vida de un desgraciado. No en el
aspecto de una persona con mala actitud hacia la vida y hacia los demás, sino que es
la historia de alguien que careció de gracia, más precisamente de la gracia del
Señor.
Hurgando
entre libros y relatos repasados eternidad de veces, me encuentro con la
maravillosa obra de Cayetano Bruno “Historia de la Iglesia en Argentina”
y agradezco que este hombre haya estado en nuestras tierras y deje plasmado con
una total seriedad las increíbles e irreverentes historias que cuento en mis
recorridos en esos doce tomos interminables de los cuales para leerlos simplemente cierro los ojos, dispongo el dedo y que me lleve a descubrir algo nuevo.
Ya
mostré de manera algo irreverente lo acontecido entre la Carmelita y el Obispo,
ahora quiero mostrar una historia poco
común, la de esos perdedores hermosos, quienes luchan hasta el cansancio, y se
cansan, porque son hombres, y los hombres cuando se cansan paran con sus pretensiones.
No es un fracaso, no es frustración. Bueno, puede que sean las dos.
La historia
tiene que ver con el traslado del Obispado del Tucumán a Córdoba.
Desde su creación, la capital del Tucumán, la última provincia del Virreinato del Perú que abarcaba Córdoba y todo el noroeste argentino actual más algunos pueblos de la actual Bolivia, y junto con ello, el traslado de la Capitalidad hacia la Docta ciudad, hecho que se consumó en 1700.
Desde su creación, la capital del Tucumán, la última provincia del Virreinato del Perú que abarcaba Córdoba y todo el noroeste argentino actual más algunos pueblos de la actual Bolivia, y junto con ello, el traslado de la Capitalidad hacia la Docta ciudad, hecho que se consumó en 1700.
Pero
volvamos al Obispado. Si bien el traslado lo efectivizó Mercadillo en 1699, la
idea se venía gestando desde hacía mucho tiempo.
Ya
en la segunda mitad del siglo XVII que se oian las voces de personalidades
importantes: el obispo fray Melchor Maldonado “solicitó con ansias”, al
igual que el gobernador Alonso de Mercado de pasar la Catedral a Córdoba, porque
la consideraban “la mayor y más lustrosa de las provincias”, al igual
que muchos viajeros dejaban su impresión de que Córdoba era la única ciudad en
la región que podía estar acorde a un desarrollo urbano importante, incluso ya
muchos preveian la extinción de otros pueblos, cosa que finalmente se dio en
algunos casos…
Pero
entre tantos “lustrosos”, encontramos a un gestor muy particular: Don José de
Bustamante y Albornoz.
¿Quién
era? Un peruano enviado desde la gran capital Virreinal con el título de Bachiller
(nada importante para un alto cargo político o religioso pero suficiente como
para trabajar en el Cabildo Eclesiástico), llegando a la empobrecida ciudad de
Santiago del Estero. Allí toma el cargo de tesorero de la Catedral, y que a
pesar de ser letrado, era considerado un “simple, de pocos alcances y muy
elemental” por sus contemporáneos y hasta por el Rey de España, que llegó a
leer él mismo las cartas que le enviaba, seguramente absorto e indignado.
El
Obispo Ulloa comentó sobre él y otro que trabajaba a su par en la Catedral como
“dos bultos de paja, totalmente incapaces para todo cuanto se ofreciese a la
iglesia”, esta descripción fue por pedido del mismo Rey que necesitaba
saber sobre este esmerado aunque ilegible personaje.
Lo
que José de Bustamante y Albornoz quería, simplemente era irse de Santiago. Él no
se sentía a gusto, pasaba hambre, veía las miserias que ocurrían a su alrededor,
sabía que esa capital sucumbiría en cualquier momento y, sobre todo, provenía
de una ciudad como Lima, que bastante distaba de esta nueva…
Entonces
se propuso camiar las cosas. Primero da a conocer sus intenciones a sus
autoridades, pero todo era caso omiso. La mayoría vivía viajando por la
provincia, así se evita también permanecer los pesados días del verano
Santiagueño.
Es
así como en un acto casi rebelde, le escribe al mismísimo Rey sobre sus
necesidades. Le escribe al monarca que NO quiere vivir en Santiago y que
tampoco tenía que estar allí la Catedral. Estamos hablando del año 1676, donde
en una carta dice: “(describe la
Catedral) que es una vileza decillo (…) lo primero, Señor, en esta Catedral
no hallé iglesia, solo una casita mal hecha, donde está el señor de los cielos y de la tierra, que apenas cabemos a rezar, y por
horas, estamos esperando que se caiga
sobre nosotros.”(sic)
Está
comentando al Rey de España que la Iglesia de la capital provincial era muy
sencilla y que se encontraba en muy malas condiciones, pero continua…
“Pido
me saque de esta catedral y me eche a otra hacia el reino del Perú, o a Cusco, Arequipa,
a Lima, o donde le pareciere, porque no
está mi salvación aquí”
El
pedido es casi una súplica, ya que no lo atienden en la provincia, no tiene
respuesta del Virrey, ni el Obispo, ni de ninguna autoridad americana, entonces
recurría a la máxima autoridad, en aquel tiempo podríamos decir casi a nivel
Mundial!
Hagamos
un pequeño ejercicio. Pongámonos en el lugar de un Rey que tiene en sus manos
una buena porción del planeta. Que sus súbditos le están leyendo unas notas mal
escritas, o mejor dicho, escritas tal como el hombre hablaba… y pedir que se le acerque el papel porque no creía lo que estaba escuchando…
Aunque
las primeras respuestas del Monarca fueron hacia las autoridades preguntando
quién era este insolente, luego de las insistencias el Rey finalmente le
contestó tratando de apaciguar sus deseos.
Pero
los años pasaban, José necesitaba reforzar su pedido al tiempo que nuevos
sucesos hacían que vuelva a solicitar el traslado “a donde sea”
Otros
comentarios que le hacía a su “amigo” monárquico, es por ejemplo, que su primo
arcediano está peleado con el Dean de la catedral y no quiere estar en medio de
la disputa… su rol de intermediario lo incomodaba, y no deseaba tener problemas
entre su familia y su jefe.
Un
factor determinante de Santiago del Estero, pero que el Rey seguramente
ignoraba eran “los malos temples que lo hacen enfermar, en el Perú se
había acostumbrado al frío”. Y claro, hace mucho calor en Santiago, encima
un clima muy seco.
Ya
que habían entrado en confianza, o al menos eso creía Bustamante y Albornoz, se
toma el trabajo de darle recomendaciones, y es aquí donde aparece una opción
muy viable para su pedido.
Resulta
que en uno de los viajes acompañando al Obispo, conoce la famosa Ciudad de las
Campanas y queda deslumbrado. Si bien su Catedral no estaba terminada y había
muchos edificios que aun seguían siendo de adobe y paja, se llevó una impresión
muy buena, seguramente habrá visto la Manzana Jesuitica con su Universidad y la
gran iglesia que fue el techo del país durante muchos años, habrá visto la
posibilidad de expansión, la posibilidad de obtener agua, cosa que en Santiago
era muy difícil en ciertas épocas, y es por eso que le insiste al Rey “no
gaste su plata en reparar esta iglesia, que mude la Catedral a Córdoba, que es
bueno para todo propósito…”
Dejaba
establecido que el mejor fin, era no solo trasladarlo a él a este benigno
lugar, sino directamente el Obispado con él manteniendo su cargo.
Continúa
en sus cartas con algunas frases alentadoras como que “Dios se lo
agradecería…”, y suponemos que ante tal aval se habrán amedrentado muchos.
Los
pedidos se continuaron hasta la década del ’90 de ese siglo, ya casi
desesperanzado, era un cronista de las desgracias que pasaban en esa calurosa
capital diciendo que “…las tierras están secas y los indios se mueren de
hambre más que de las pestes, que sus parientes no tienen para comer y no se
puede hacer provecho de la tierra.”
En
los relatos muy serios y fieles de Bruno se extiende en detalles sobre estas
cartas y el pedido. Una de las últimas que envía, podríamos decir que es
acatada por las autoridades, ya que a mediados de esa década ya empiezan con
las tratativas oficiales del traslado: “Santiago en poco tiempo se va a
despoblar y Córdoba pasará al esplendor…”
Al
nombrar a Mercadillo como el nuevo Obispo del Tucumán, había una tarea que será
menester: el traslado del Obispado a Córdoba, concretado en el 1700, en el
inicio de un siglo de grandes cambios y progreso.
Había
que construir una Catedral decente, y se mandó a llamar a Gonzalez Merguette,
autor de la Catedral en Chuquisaca. Había que mejorar las instituciones y el
mismo Mercadillo se impuso, aunque sin lograrlo porque sus ideas no estaban muy
al tanto de las necesidades de esta ciudad.
Había
que trasladar la capital provincial, y se lo hizo.
Pero
faltaba algo, algo importante. ¡Manden a ese Bachiller a Córdoba de una vez!
Pero
eso ya no se podía. José de Bustamante y Albornoz había muerto hacía unos años.
En la pobreza, en su simpleza, en el calor de esa ciudad que los contuvo
durante tantos años y donde veló por ese sueño de convertirse en un cordobés.