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domingo, 13 de mayo de 2018

El traslado del Obispado a Córdoba "Hay Héroes que no tienen plata"

El traslado del Obispado a Córdoba
"Hay Héroes que no tienen plata"

Esta es una de esas historias que describen la vida de un desgraciado. No en el aspecto de una persona con mala actitud hacia la vida y hacia los demás, sino que es la historia de alguien que careció de gracia, más precisamente de la gracia del Señor.

Hurgando entre libros y relatos repasados eternidad de veces, me encuentro con la maravillosa obra de Cayetano Bruno “Historia de la Iglesia en Argentina” y agradezco que este hombre haya estado en nuestras tierras y deje plasmado con una total seriedad las increíbles e irreverentes historias que cuento en mis recorridos en esos doce tomos interminables de los cuales para leerlos simplemente cierro los ojos, dispongo el dedo y que me lleve a descubrir algo nuevo.

Ya mostré de manera algo irreverente lo acontecido entre la Carmelita y el Obispo, ahora  quiero mostrar una historia poco común, la de esos perdedores hermosos, quienes luchan hasta el cansancio, y se cansan, porque son hombres, y los hombres cuando se cansan paran con sus pretensiones. No es un fracaso, no es frustración. Bueno, puede que sean las dos.

La historia tiene que ver con el traslado del Obispado del Tucumán a Córdoba. 
Desde su creación, la capital del Tucumán, la última provincia del Virreinato del Perú que abarcaba Córdoba y todo el noroeste argentino actual más algunos pueblos de la actual Bolivia, y junto con ello, el traslado de la Capitalidad hacia la Docta ciudad, hecho que se consumó en 1700.
Pero volvamos al Obispado. Si bien el traslado lo efectivizó Mercadillo en 1699, la idea se venía gestando desde hacía mucho tiempo.

Ya en la segunda mitad del siglo XVII que se oian las voces de personalidades importantes: el obispo fray Melchor Maldonado “solicitó con ansias”, al igual que el gobernador Alonso de Mercado de pasar la Catedral a Córdoba, porque la consideraban “la mayor y más lustrosa de las provincias”, al igual que muchos viajeros dejaban su impresión de que Córdoba era la única ciudad en la región que podía estar acorde a un desarrollo urbano importante, incluso ya muchos preveian la extinción de otros pueblos, cosa que finalmente se dio en algunos casos…

Pero entre tantos “lustrosos”, encontramos a un gestor muy particular: Don José de Bustamante y Albornoz.
¿Quién era? Un peruano enviado desde la gran capital Virreinal con el título de Bachiller (nada importante para un alto cargo político o religioso pero suficiente como para trabajar en el Cabildo Eclesiástico), llegando a la empobrecida ciudad de Santiago del Estero. Allí toma el cargo de tesorero de la Catedral, y que a pesar de ser letrado, era considerado un “simple, de pocos alcances y muy elemental” por sus contemporáneos y hasta por el Rey de España, que llegó a leer él mismo las cartas que le enviaba, seguramente absorto e indignado.

El Obispo Ulloa comentó sobre él y otro que trabajaba a su par en la Catedral como “dos bultos de paja, totalmente incapaces para todo cuanto se ofreciese a la iglesia”, esta descripción fue por pedido del mismo Rey que necesitaba saber sobre este esmerado aunque ilegible personaje.

Lo que José de Bustamante y Albornoz quería, simplemente era irse de Santiago. Él no se sentía a gusto, pasaba hambre, veía las miserias que ocurrían a su alrededor, sabía que esa capital sucumbiría en cualquier momento y, sobre todo, provenía de una ciudad como Lima, que bastante distaba de esta nueva…

Entonces se propuso camiar las cosas. Primero da a conocer sus intenciones a sus autoridades, pero todo era caso omiso. La mayoría vivía viajando por la provincia, así se evita también permanecer los pesados días del verano Santiagueño.
Es así como en un acto casi rebelde, le escribe al mismísimo Rey sobre sus necesidades. Le escribe al monarca que NO quiere vivir en Santiago y que tampoco tenía que estar allí la Catedral. Estamos hablando del año 1676, donde en una carta  dice: “(describe la Catedral) que es una vileza decillo (…) lo primero, Señor, en esta Catedral no hallé iglesia, solo una casita mal hecha, donde está el señor de los cielos y de la tierra, que apenas cabemos a rezar, y por horas, estamos esperando  que se caiga sobre nosotros.”(sic)

Está comentando al Rey de España que la Iglesia de la capital provincial era muy sencilla y que se encontraba en muy malas condiciones, pero continua…
“Pido me saque de esta catedral y me eche a otra hacia el reino del Perú, o a Cusco, Arequipa, a  Lima, o donde le pareciere, porque no está mi  salvación aquí”
El pedido es casi una súplica, ya que no lo atienden en la provincia, no tiene respuesta del Virrey, ni el Obispo, ni de ninguna autoridad americana, entonces recurría a la máxima autoridad, en aquel tiempo podríamos decir casi a nivel Mundial!

Hagamos un pequeño ejercicio. Pongámonos en el lugar de un Rey que tiene en sus manos una buena porción del planeta. Que sus súbditos le están leyendo unas notas mal escritas, o mejor dicho, escritas tal como el hombre hablaba… y pedir que se le acerque el papel porque no creía lo que estaba escuchando… 

Aunque las primeras respuestas del Monarca fueron hacia las autoridades preguntando quién era este insolente, luego de las insistencias el Rey finalmente le contestó tratando de apaciguar sus deseos.
Pero los años pasaban, José necesitaba reforzar su pedido al tiempo que nuevos sucesos hacían que vuelva a solicitar el traslado “a donde sea”

Otros comentarios que le hacía a su “amigo” monárquico, es por ejemplo, que su primo arcediano está peleado con el Dean de la catedral y no quiere estar en medio de la disputa… su rol de intermediario lo incomodaba, y no deseaba tener problemas entre su familia y su jefe.
Un factor determinante de Santiago del Estero, pero que el Rey seguramente ignoraba eran “los malos temples que lo hacen enfermar, en el Perú se había acostumbrado al frío”. Y claro, hace mucho calor en Santiago, encima un clima muy seco.
Ya que habían entrado en confianza, o al menos eso creía Bustamante y Albornoz, se toma el trabajo de darle recomendaciones, y es aquí donde aparece una opción muy viable para su pedido.

Resulta que en uno de los viajes acompañando al Obispo, conoce la famosa Ciudad de las Campanas y queda deslumbrado. Si bien su Catedral no estaba terminada y había muchos edificios que aun seguían siendo de adobe y paja, se llevó una impresión muy buena, seguramente habrá visto la Manzana Jesuitica con su Universidad y la gran iglesia que fue el techo del país durante muchos años, habrá visto la posibilidad de expansión, la posibilidad de obtener agua, cosa que en Santiago era muy difícil en ciertas épocas, y es por eso que le insiste al Rey “no gaste su plata en reparar esta iglesia, que mude la Catedral a Córdoba, que es bueno para todo propósito…”

Dejaba establecido que el mejor fin, era no solo trasladarlo a él a este benigno lugar, sino directamente el Obispado con él manteniendo su cargo.
Continúa en sus cartas con algunas frases alentadoras como que “Dios se lo agradecería…”, y suponemos que ante tal aval se habrán amedrentado muchos.

Los pedidos se continuaron hasta la década del ’90 de ese siglo, ya casi desesperanzado, era un cronista de las desgracias que pasaban en esa calurosa capital diciendo que “…las tierras están secas y los indios se mueren de hambre más que de las pestes, que sus parientes no tienen para comer y no se puede hacer provecho de la tierra.”

En los relatos muy serios y fieles de Bruno se extiende en detalles sobre estas cartas y el pedido. Una de las últimas que envía, podríamos decir que es acatada por las autoridades, ya que a mediados de esa década ya empiezan con las tratativas oficiales del traslado: “Santiago en poco tiempo se va a despoblar y Córdoba pasará al esplendor…”

Al nombrar a Mercadillo como el nuevo Obispo del Tucumán, había una tarea que será menester: el traslado del Obispado a Córdoba, concretado en el 1700, en el inicio de un siglo de grandes cambios y progreso.
Había que construir una Catedral decente, y se mandó a llamar a Gonzalez Merguette, autor de la Catedral en Chuquisaca. Había que mejorar las instituciones y el mismo Mercadillo se impuso, aunque sin lograrlo porque sus ideas no estaban muy al tanto de las necesidades de esta ciudad.
Había que trasladar la capital provincial, y se lo hizo.
Pero faltaba algo, algo importante. ¡Manden a ese Bachiller a Córdoba de una vez!


Pero eso ya no se podía. José de Bustamante y Albornoz había muerto hacía unos años. En la pobreza, en su simpleza, en el calor de esa ciudad que los contuvo durante tantos años y donde veló por ese sueño de convertirse en un cordobés.

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