Mitos
en el Centro de la Ciudad
Aquí ya no
hablamos de las leyendas, estas son las historias apócrifas que inundaron
nuestra ciudad aún más que la Cañada desde tiempos inmemoriales. Los mitos se
repiten hasta el cansancio por quienes prefieren contar lo que escuchan y no
leen.
Sin incurrir
en las historias de fantasmas y apariciones, hablaremos de los mitos creados en
diferentes épocas, algunos sin intención, otros con la idea de “vender” una
anécdota ficticia, pero ambos dañinos para el patrimonio intangible cordobés.
Hablemos
sobre el destino del Fundador: El
sevillano Jerónimo Luis de Cabrera,
muerto en su celda por garrote el 17 de agosto de 1574, no solo tuvo que
soportar una condena injusta sino también la desidia de quienes hoy divagan
sobre su fallecimiento diciendo que murió “a garrotazos”, “decapitado” o hasta
“degollado”.
El garrote
vil era una de las muertes ‘piadosas’ en épocas de inquisición, la cual
consiste en un ahorcamiento con tientos de cuero haciendo un torniquete desde
atrás, provocando la muerte por asfixia en segundos, minutos u horas,
dependiendo la fuerza y capacidad del verdugo. Posteriormente, para completar la
condena, algunos historiadores insisten que se degolló al maltrecho cadáver,
pero no fue esa la causa de muerte. Muchas veces sucedía que como verdugo
ponían a un joven que no podía matar inmediatamente al condenado, haciéndolo
sufrir largos e interminables minutos.
Otro de los
mitos, aun más recientes, es el que dice que las Celdas subterráneas del
Cabildo fueron usadas en el ’76:
La cárcel
pública semi-subterránea que hoy podemos visitar a un lado del ingreso al
Cabildo, funcionó desde poco después del traslado de la ciudad hasta el
gobierno del Marqués de Sobre Monte (1784-1796), quien decide construir nuevas
celdas con mejores condiciones de higiene y desafectar las subterráneas.
Estas,
permanecieron sepultadas por casi 200 años hasta que en 1989, cuando la Policía
provincial se mudó a B° Alberdi, las mismas fueron descubiertas y pronto se convirtieron en uno de los
principales atractivos del remozado Cabildo Histórico.
Las
detenciones de ese período oscuro de nuestra historia, siempre fueron en el D2
del pasaje Santa Catalina y no en el Cabildo, donde se realizaban actividades
administrativas. Por otro lado, no era muy cómodo tener presos políticos y
torturarlos debajo del hall principal…
Algo con lo
que se insiste y es palabra obligada en la ciudad, son los famosos Túneles
de Córdoba: la leyenda urbana más conocida en el país hoy no
es un misterio. Tanto por las excavaciones como por los datos históricos, no
dan evidencia de los túneles jesuitas que se conectaban entre conventos,
dependencias y hasta incluso, en su fantasía, los hacían llegar a Alta Gracia. Por lo menos hablamos de los
que el ideario popular le asigna a estos túneles creados para una supuesta
defensa, lo que sí sucedió en otros lugares del mundo y en nuestro país.
El
imaginario no tuvo límites en este caso, desmentido por la menos enigmática
realidad colonial cordobesa, donde fueron muy raros y escasos los ataques
extranjeros. De hecho, al ser expulsados los Jesuitas, todos se entregaron sin
miramientos ni ocultaciones. En fin, lo que hoy se encuentra bajo nuestros pies
son construcciones de diferentes épocas, todas importantes, muy pocas
rescatadas del insaciable desarrollismo. Se han encontrado sótanos, que en
tiempos coloniales eran más alargados y angostos, se encontraron construcciones
que se ubicaban donde hoy las tapa una calle, también las bases de antiguas
estructuras abobedadas. Tengamos en cuenta que muchas calles tienen un nivel
elevado en estos tiempos, ya que con las inundaciones históricas se fueron
rellenando y nivelando todas las arterias y casas de la ciudad.
Quienes se
aventuran por los suburbios de la ciudad, conocerán los túneles del Chateau,
pero esos fueron creados para molinos de otras épocas, generalmente como tomas
de agua y molinos.
Jesuitas,
rodeados de leyendas negras y fantasías en barco…
La “leyenda
negra” fue una serie de escritos y mitos que se divulgaron en el S. XIX para
difamar no solamente a los padres de la Compañía, sino también a todo vestigio
anterior a la Revolución de Mayo. Las denuncias y comentarios apuntaban hacia
los nuevos jesuitas llegados y formados después de su regreso en 1859, y como
un rechazo hacia la presencia española en la colonia, mostrando las crueldades
de estos hacia los nativos y las miserias en las que vivían. Si bien algunas
cuestiones fueron ciertas, la gran mayoría fue magnificada. Lo cierto es que
buena parte de estas leyendas fue divulgada por protestantes, lo irónico fue
que ellos en Norteamérica fueron extremadamente crueles al reemplazar a las
culturas nativas sin oportunidades de integración, generando verdaderas
masacres y conflictos territoriales.
Entre tantos
agravios, pudo escucharse que los jesuitas fueron “denunciados por maltrato
hacia encomenderos y aborígenes”, la frase fue tergiversada de una original
que hablaba del nacimiento de la Universidad y decía que se les quitaron los
aportes a la Compañía por las “denuncias que hacían ellos contra los nuevos
terratenientes, por el maltrato hacia los nativos que vivían en sus tierras
encomendadas”, muchos de estos
encomenderos eran funcionarios del Cabildo y la crueldad con la estos trataban
a los originales herederos de estas tierras, llevaron a los Jesuitas a
denunciarlos.
Esto no
cambió la realidad y la orden de Loyola tendrá que arreglárselas económicamente
por su cuenta. El sistema de Estancias Jesuitas se crea con el fin de sostener
la Universidad y de autoabastecerse sin necesidad de depender de otros.
Los
mechinales para la defensa
Esos
agujeros cuadrados que se ven en la fachada de calicanto de la Iglesia de la
Compañía de Jesús y en las paredes desnudas de muchos edificios de la colonia,
no son para defensa ni como decoración. Se ha escuchado de boca de algunos
apócrifos que esos huecos eran “por donde pasaban las armas y se les
disparaba a los indios” y cosas más terribles también se escuchan día a
día…
Simplemente se los usaba desde el medioevo
para encastrar los andamios de madera a medida que se elevaba la obra y estos
desaparecían al ser tapadas con el posterior revoque.
En el caso
de la iglesia, el mayor tamaño y la disposición estaban previstos para una futura decoración, ya que al
consagrarla en 1671, solo fue revocada y pintada sin ornamentos, conservándose
así hasta principios del 1900 cuando
deciden cambiar la fachada. Recien en la década del ’40 el el Arq. Oneto
desnuda las paredes dejando esta nueva identidad a la “Iglesia de Piedra”.
Algunos
tienen el barco en la cabeza
Una idea tan
repetida como absurda. Decir que el techo de la iglesia se hizo con maderas de
un barco pirata encallado, que los jesuitas llegaron con ese barco a Córdoba o
que el autor lo hizo así porque era lo único que sabía hacer, son terribles
falacias en contra de una gran obra del arte barroco colonial.
Phillipe
Lemaire fue en su juventud trabajador en astilleros de Bélgica, Inglaterra y
Portugal. Al llegar a nuestras tierras, tal oficio fue reemplazado por la
construcción.
La gran
amistad que lo unía con miembros de la Societas Jesu (SJ) le permitió formarse
en arquitectura y trabajar a la par de los grandes alarifes aborígenes y negros
esclavos, al tiempo de que se le proveyó de buen material bibliográfico.
La
conclusión de semejante obra fue un magnífico entramado de maderas de cedro
traído desde las Misiones Guaraníes cuyo traslado y construcción demandó doce
años.
A la vista
forma una bóveda de medio cañón espléndidamente decorada y, sobre la misma, una
doble tijera unida por encastres y ligaduras de cuero.
Prescindiendo
en lo posible de clavos y tornillos, el entramado del techo de la Compañía es
una verdadera obra de arte del barroco.
El asunto
del barco comenzó a mediados del siglo XX cuando una serie de estudios y
trabajos de diferentes arquitectos convinieron que Lemaire había tomado como
referencia un libro de Philibert de l’Orme cuya traducción sería “Nuevas
invenciones para construir bien y a pequeños precios”. Al releer la obra, se
observa que una bóveda hecha en madera, lleva el nombre de “Quilla Invertida”,
lo que dio a pensar a algunos que se trataba de una embarcación dada vuelta...
A ciencia
cierta, ningún barco de esa época podía llegar a tener tales dimensiones,
tampoco podría usarse madera de un barco viejo ni encallado; en el mismo libro
figura que bajo la cúpula se denomina de “media naranja”, y no por eso creemos
que los jesuitas plantaron un super naranjo para su iglesia. A nuestros días,
no hay evidencia de que ese libro haya llegado a Córdoba en esos tiempos. Esto comprobado por quienes tienen en sus
manos el patrimonio literario Jesuítico, el cual también forma parte de la
Memoria Histórica para Latinoamérica y el Caribe, declarada por la UNESCO.
Los mitos
siempre serán parte del acervo intangible de la ciudad, mientras haya quien los
pueda explicar, va a ser agradable conocer esos secretos aún más fascinantes
por descubrir.
A
veces es necesario realizar investigaciones o indagar en las bibliotecas, pero
otras veces, como dice José Naroski, “si quieres observar mejor el cielo,
tienes que elevar la mirada”
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