Vamos
a recordar a un hombre que vivió Córdoba, que la amó y la hizo geografía de su
pasión, la imagen de un ‘Rock Star’
quedado en el tiempo.
Considerado el primer poeta
argentino, Luis Josef de Tejeda y Guzmán, que nacía en un 1604 al tiempo que se
establecían los seguidores de Santo Domingo como una premisa de sus últimos
años y que nace también con la infancia de esta ciudad que se proponía ya
importante, confrontadora, con una personalidad única acogiendo infiernos y
paraísos tal como nuestro héroe en su larga y agitada vida.
Proveniente de las familias
fundadoras mas importantes, las que crean los conventos de Santa Catalina, el
de las Carmelitas y de las primeras relacionarse y encomendar con los nativos
en la convivencia de esta tierra.
Y así, esta Córdoba lo vio crecer y
formarse con los Jesuitas en su novedoso emprendimiento. Recibiendo las buenas observaciones
de Diego de Torres y del mismísimo Obispo Julián de Cortazar que diría «Este
joven habrá de ser con el tiempo el maestro universal de la literatura
tucumana» entendiendo el Tucumán como la gran provincia del sur del Perú que
abarcaba el actual norte argentino.
Y vaya si lo fue. Aunque nunca se
doctoró, recibió su bachiller de Maestro en Artes a los 17 años y todo lo que
siguió fue autodidacta, para asombro y admiración de sus pares que veían como
sus logros como gran poeta, orador y mitólogo tomaban forma en pasiones que
lindaban con lo prohibido.
Enamorado, más que nada de esta
tierra, así la recordaba:
“Ciudad de
Babilonia,
Aquella confusa
patria
Encanto de mis
sentidos
Laberinto de mi
alma.
Aquella que fue mi
cuna
Al tiempo que el
sol pisaba
La cola del
escorpión…
…¿qué
rincón hay que no sea
entre aquellas flores varias
testigo que me amenaza? ”
entre aquellas flores varias
testigo que me amenaza? ”
Para 1624, su padre Juan de Tejeda
decide casarlo con una bella noble de La Rioja con el fin de acabar con su vida
libertina, la cual ni Santa Teresa pudo apaciguar. Pobre esta chica Francisca,
que en sus versos la recuerda como “Anfrisa”, que ni aun dándole diez hijos
logró llegar a su corazón aventurero.
El mando militar le sentó bien,
luchó a desmedro contra los piratas holandeses y los indios sublevados en el
Chaco y Río IV, se lo conoció como valiente, aguerrido y, como no podía ser de
otra manera, como mujeriego.
No es que las guerras duren tanto,
dirían mas tarde, pero las fuerzas de Venus son más fuertes que las de Marte,
en alusión a sus largas campañas donde la pasión primaba ante la lucha.
A su regreso a Babilonia, tal como
llamaba a su Córdoba, las pasiones y los amores prohibidos lo llevaron a dar
muerte y terminar en los calabozos del Cabildo. Otra muerte, la de su amante
“Lucinda” lo hace escapar junto con su hermano pero sin poder presenciar el
velorio.
Con el alma en luto, recordará bajo
un sauce del Suquía a su amada muerta, llorando las culpas y su destino.
Y así retomó sus responsabilidades.
Se hizo cargo de su familia y de la gran fortuna heredada. De los campos en
Soto, Salsacate, Pichanas, Saldán y Anisacate. De los negocios familiares.
Fue patrón en el convento de las
carmelitas donde ya estaban sus hermanas, su madre, tía, abuela y pronto hasta
sus hijas. Todas seguramente pidiendo por la mesura de este cordobés de
carácter,
Así también incursionó en la función
pública donde ejerció como Alférez
y procurador, alcalde ordinario, regidor, teniente general y maestre de campo
del gobernador.
Esto
último lo llevó a pasarse de la raya y abusar del poder otorgado teniendo
nuestro héroe, que escapar a las sierras y refugiarse.
Fue
una noche que a escondidas ingresa al convento de Santo Domingo. Su hermano
Gregorio que llevó una vida similar pero pudo redimirse a tiempo en esta orden,
lo va a recibir y aconsejar para ser un siervo más entre los Predicadores.
Irá
Luisito en su consuelo celestial, a destruir su obra primitiva que contaba
quizás, historias de erotismo, violencia y euforia inédita para su época, puede
que influenciado por los españoles Góngora o Lope de Vega, o más próximo al
Inca Garcilazo, pero este poeta es nuestro, es criollo, y sus escritos son una
descripción de nuestra Córdoba naciente. En cambio, Luis José de Tejeda nos
dejó sus poesías que escribió en el convento. Temas religiosos, memoria de
santos, soledades y un gran libro que Ricardo Rojas rescató y llamó “El
Peregrino en Babilonia”. Distante de la perdida, pero que deja ver en su
arrepentimiento la vida de un cordobés extraordinario.
Muchas
cosas cambiaron…
Hoy
no sería la misma universidad la que formó su pensamiento, vendrían otros
iluminados con ideas modernas y la maravillosa expresión del barroco mas
adelante. Algo desconfigurado el hoy
museo de arte religioso que lo recuerda, aunque su vida se presiente en sus
salas cada vez más atrapantes. Recuperadas las celdas donde pagó en varias
ocasiones sus excesos, no así el Cabildo que en ese entonces recién estrenaba
un tímido cal y canto; el Museo de la Ciudad, tan bien organizado deja
vivenciar algo de ese encierro en la que fue la primer cárcel pública. Las
Catalinas fundadas por su tía, irreconocibles pero con una labor admirable en
estos 400 años. Y se habría emocionado también Luis, de ver la Basílica de
Santo Domingo donde pasó sus últimos años con esas hermosas cúpulas a la luz de
la luna.
Qué
distinta la ciudad que amó. Los ruidos de la segunda urbe más grande del país,
los edificios que tapan las campanas por las que alguna vez fue conocida, el
asfalto que invadió la tierra que trabajó una y otra vez.
Nos
queda recordarlo, al Luisito claro, recorrer sus calles hoy, observar lo que
vemos a diario, respirar los aires actuales y pensar cuales serian sus
aventuras en nuestra época.
Acercarnos
a algún rincón del Suquia, buscar un sauce que dé al poniente y recostarse mientras describimos nuestra
Babilonia:
‘Un
lugar irreductible, donde se detiene el tiempo.
El
tiempo incierto, separado del destino, peregrino
A la
sombra de sus sitios encantados…’
Aun me sobra una frase…
Andaban
ya mis deseos
¡Ay Babilonia enemiga!,
purpúreas horas del alba,
de tus casas, calles, plazas
como abejas susurrando
¿qué rincón hay que no sea
entre aquellas flores varias
testigo que me amenaza?
¡Ay Babilonia enemiga!,
purpúreas horas del alba,
de tus casas, calles, plazas
como abejas susurrando
¿qué rincón hay que no sea
entre aquellas flores varias
testigo que me amenaza?
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