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sábado, 7 de abril de 2018

¿Cómo no lo vamos a querer a Luisito?



Vamos a recordar a un hombre que vivió Córdoba, que la amó y la hizo geografía de su pasión,  la imagen de un ‘Rock Star’ quedado en el tiempo.


            Considerado el primer poeta argentino, Luis Josef de Tejeda y Guzmán, que nacía en un 1604 al tiempo que se establecían los seguidores de Santo Domingo como una premisa de sus últimos años y que nace también con la infancia de esta ciudad que se proponía ya importante, confrontadora, con una personalidad única acogiendo infiernos y paraísos tal como nuestro héroe en su larga y agitada vida.

            Proveniente de las familias fundadoras mas importantes, las que crean los conventos de Santa Catalina, el de las Carmelitas y de las primeras relacionarse y encomendar con los nativos en la convivencia de esta tierra.

            Y así, esta Córdoba lo vio crecer y formarse con los Jesuitas en su novedoso emprendimiento. Recibiendo las buenas observaciones de Diego de Torres y del mismísimo Obispo Julián de Cortazar que diría «Este joven habrá de ser con el tiempo el maestro universal de la literatura tucumana» entendiendo el Tucumán como la gran provincia del sur del Perú que abarcaba el actual norte argentino.

            Y vaya si lo fue. Aunque nunca se doctoró, recibió su bachiller de Maestro en Artes a los 17 años y todo lo que siguió fue autodidacta, para asombro y admiración de sus pares que veían como sus logros como gran poeta, orador y mitólogo tomaban forma en pasiones que lindaban con lo prohibido.

            Enamorado, más que nada de esta tierra, así la recordaba:

Ciudad de Babilonia,
Aquella confusa patria
Encanto de mis sentidos
Laberinto de mi alma.
Aquella que fue mi cuna
Al tiempo que el sol pisaba
La cola del escorpión…
…¿qué rincón hay que no sea
entre aquellas flores varias 
testigo que me amenaza? ”


            Para 1624, su padre Juan de Tejeda decide casarlo con una bella noble de La Rioja con el fin de acabar con su vida libertina, la cual ni Santa Teresa pudo apaciguar. Pobre esta chica Francisca, que en sus versos la recuerda como “Anfrisa”, que ni aun dándole diez hijos logró llegar a su corazón aventurero.

            El mando militar le sentó bien, luchó a desmedro contra los piratas holandeses y los indios sublevados en el Chaco y Río IV, se lo conoció como valiente, aguerrido y, como no podía ser de otra manera, como mujeriego.
            No es que las guerras duren tanto, dirían mas tarde, pero las fuerzas de Venus son más fuertes que las de Marte, en alusión a sus largas campañas donde la pasión primaba ante la lucha. 
            A su regreso a Babilonia, tal como llamaba a su Córdoba, las pasiones y los amores prohibidos lo llevaron a dar muerte y terminar en los calabozos del Cabildo. Otra muerte, la de su amante “Lucinda” lo hace escapar junto con su hermano pero sin poder presenciar el velorio.
            Con el alma en luto, recordará bajo un sauce del Suquía a su amada muerta, llorando las culpas y su destino.

            Y así retomó sus responsabilidades. Se hizo cargo de su familia y de la gran fortuna heredada. De los campos en Soto, Salsacate, Pichanas, Saldán y Anisacate. De los negocios familiares.
            Fue patrón en el convento de las carmelitas donde ya estaban sus hermanas, su madre, tía, abuela y pronto hasta sus hijas. Todas seguramente pidiendo por la mesura de este cordobés de carácter,
            Así también incursionó en la función pública donde ejerció como Alférez y procurador, alcalde ordinario, regidor, teniente general y maestre de campo del gobernador.
            Esto último lo llevó a pasarse de la raya y abusar del poder otorgado teniendo nuestro héroe, que escapar a las sierras y refugiarse.

            Fue una noche que a escondidas ingresa al convento de Santo Domingo. Su hermano Gregorio que llevó una vida similar pero pudo redimirse a tiempo en esta orden, lo va a recibir y aconsejar para ser un siervo más entre los Predicadores.

            Irá Luisito en su consuelo celestial, a destruir su obra primitiva que contaba quizás, historias de erotismo, violencia y euforia inédita para su época, puede que influenciado por los españoles Góngora o Lope de Vega, o más próximo al Inca Garcilazo, pero este poeta es nuestro, es criollo, y sus escritos son una descripción de nuestra Córdoba naciente. En cambio, Luis José de Tejeda nos dejó sus poesías que escribió en el convento. Temas religiosos, memoria de santos, soledades y un gran libro que Ricardo Rojas rescató y llamó “El Peregrino en Babilonia”. Distante de la perdida, pero que deja ver en su arrepentimiento la vida de un cordobés extraordinario.

Muchas cosas cambiaron…

            Hoy no sería la misma universidad la que formó su pensamiento, vendrían otros iluminados con ideas modernas y la maravillosa expresión del barroco mas adelante.       Algo desconfigurado el hoy museo de arte religioso que lo recuerda, aunque su vida se presiente en sus salas cada vez más atrapantes. Recuperadas las celdas donde pagó en varias ocasiones sus excesos, no así el Cabildo que en ese entonces recién estrenaba un tímido cal y canto; el Museo de la Ciudad, tan bien organizado deja vivenciar algo de ese encierro en la que fue la primer cárcel pública. Las Catalinas fundadas por su tía, irreconocibles pero con una labor admirable en estos 400 años. Y se habría emocionado también Luis, de ver la Basílica de Santo Domingo donde pasó sus últimos años con esas hermosas cúpulas a la luz de la luna.

            Qué distinta la ciudad que amó. Los ruidos de la segunda urbe más grande del país, los edificios que tapan las campanas por las que alguna vez fue conocida, el asfalto que invadió la tierra que trabajó una y otra vez.

            Nos queda recordarlo, al Luisito claro, recorrer sus calles hoy, observar lo que vemos a diario, respirar los aires actuales y pensar cuales serian sus aventuras en nuestra época.
            Acercarnos a algún rincón del Suquia, buscar un sauce que dé al poniente y  recostarse mientras describimos nuestra Babilonia:

‘Un lugar irreductible, donde se detiene el tiempo.
El tiempo incierto, separado del destino, peregrino
A la sombra de sus sitios encantados…’






Aun me sobra una frase…

Andaban ya mis deseos
¡Ay Babilonia enemiga!,
purpúreas horas del alba,
de tus casas, calles, plazas
como abejas susurrando
¿qué rincón hay que no sea
entre aquellas flores varias
testigo que me amenaza?






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